domingo, 6 de julio de 2008

Sudáfrica: del apartheid a la xenofobia, por Wilson H. Silva, editado por la Lit/CI

En Sudáfrica, las últimas semanas de mayo estuvieron marcadas por una oleada de ataques xenófobos, es decir, contra inmigrantes extranjeros.

El rápido crecimiento del número de muertos y heridos (negros de países como Zimbawe, Mozambique, Somalia, Etiopía y Angola) expuso las terribles consecuencias de las políticas adoptadas por el Congreso Nacional Africano (CNA) desde que llegó al poder, a través de Nelson Mandela, en 1994.


La oleada de furia dejó más de 50 muertos y provocó la fuga desesperada de cerca de 100.000 extranjeros. La enorme mayoría es de un miserable y tumultuado país fronterizo con Sudáfrica, Zimbawe, gobernado por la sanguinaria dictadura de Robert Mugabe.

Todos ellos negros, evidentemente, como también eran negros y miserables los millares de sudafricanos que provocaron ese lamentable episodio, utilizándose, inclusive, de un método relacionado con la lucha contra el apartheid: la ejecución de personas quemadas vivas con neumáticos alrededor del cuerpo.

La diferencia muy importante es que, en la época de la lucha contra el régimen racista, los neumáticos eran usados para eliminar traidores y colaboradores del sistema, principalmente los negros que integraban las fuerzas policiales y militares.

Es decir, ardían en la lucha, sin tregua, (como tenía que ser) por la libertad. Ahora, sin embargo, el blanco de los ataques son trabajadores en busca de empleo, hombres, mujeres, niños, jóvenes y viejos.

Gente victimada por la "globalización" del desempleo, del recorte de derechos, de la superexplotación económica, del aumento de la miseria, provocado, también, por los desastres ecológicos causados por la ganancia sin fin de los "señores del mundo".

Gente, en suma, que sólo tenía una diferencia con relación a la mayoría de aquellos que los atacaban: eran extranjeros.

Reflejo distorsionado y, consecuentemente, aún más absurdo, de escenas ya vistas en países europeos o en la frontera de Estados Unidos con México, la oleada xenófoba entre los sudafricanos enmascara, sin embargo, a los verdaderos enemigos que se encontraban por detrás de los ojos desesperados de aquellos que, por millones, todos los días, dejan sus tierras y se dispersan por el mundo buscando mejores condiciones de vida: las políticas neoliberales e imperialistas y la cobarde sumisión de las elites y gobiernos de los países de todo el mundo.De la traición a un "nuevo" apartheid.

En una entrevista al diario O Estado de São Paulo, el 2 de julio, el profesor sudafricano Loren Landau, de la Universidad de Witwatersrand, fue preciso al apuntar las razones por detrás de la ola de ataques: "Los sudafricanos continúan tan pobres como hace 15 años, después del apartheid (...).

El fracaso del gobierno en cumplir las promesas que hizo en 1994 es la verdadera causa de la revuelta. La frustración es tanta que la población sólo consiguió expresarla por la violencia".
Una frustración que, de hecho, es tan grande como lo eran las expectativas de los negros y negras que sufrieron con el apartheid.

Y que puede ser comparada con los numerosos y heroicos esfuerzos y sacrificios hechos durante el largo proceso de lucha contra el régimen racista que, a pesar de haber sido oficialmente institucionalizado en 1948, ya funcionaba desde el final del siglo XIX, manteniendo legalmente una total separación entre el 90% de negros y la poderosa minoría blanca.

El hecho de que los ataques xenófobos hayan explotado ahora, después de 14 años de gobiernos del CNA, y de forma tan violenta, debe ser visto como otro infeliz resultado del a traición de Mandela y sus compañeros de partido.

Porque fue exactamente en el momento en que la mayoría del pueblo veía reales posibilidades no sólo de derribar el apartheid, sino también a los que se beneficiaban con la opresión (la burguesía blanca), que el CNA desvío las luchas para el callejón sin salida de la conciliación de clases.

Fue exactamente a finales de los década de 1980, cuando huelgas, manifestaciones y protestas generalizadas minaban la estructura del sistema, que el CNA abandonó la lucha directa contra el régimen y comenzó una vergonzosa negociación con los dirigentes racistas.

El acuerdo, expresado en sucesivos gobiernos formados en alianza con la vieja elite capitalista y racista sudafricana, culminó con la extinción de las bases legales del apartheid, pero al costo del mantenimiento de toda la estructura económica que garantizaba a la minoría blanca el poder para superexplotar a la mayoría negra.

El régimen de colaboración de clases (que hoy también causa estragos en tantos países de America Latina) originó nuevas y complejas contradicciones en la Sudáfrica pos-apartheid.

Pero, en esencia, mantuvo a la mayoría negra del país en la más absoluta miseria. Una situación muy agravada por la canina sumisión del CNA al recetario del FMI. Los resultados no podrían ser otros: aumento del desempleo, pérdida de derechos laborales y la creación de condiciones de trabajo cada vez más opresivas.

Una diáspora sin fin

A pesar de que el índice de desempleo alcanza cerca del 40%, Sudáfrica aún es vista como un "oasis de oportunidades" para las masas de los países vecinos, donde la combinación de saqueo imperialista, acción predatoria de gobiernos corruptos, epidemias y guerras lleva a situaciones aún más catastróficas.

Una situación, es bueno recordarlo, que no tiene nada que ver con una supuesta "incapacidad" de los africanos en autogobernarse (como muchos defendieron), sino que tiene sus orígenes en la barbarie provocada por siglos de colonización y, principalmente, por la destrucción provocada por todos los absurdos que rodearon la esclavitud y la diáspora (dispersión) de negros y negras alrededor del mundo.

Un ejemplo de esto es Zimbawe, país que por sí sólo "contribuyó" con tres de los cinco millones de personas que emigraron a Sudáfrica. Sólo se puede describir el país de una forma: un caos total. El desempleo alcanza el 80% de la población activa y la inflación es la mayor del mundo (un increíble 165.000% anual).

El resultado no podría ser otro: en muchas de sus regiones (como en otras partes del continente) la expectativa de vida apenas sobrepasa los 30 años y la mortalidad infantil gana proporciones genocidas.

Es para huir de situaciones como esas que africanos de varios países de la región están siendo obligados a dar secuencia a la indeseada diáspora iniciada por sus ancestros.

Y, como acontece en todos los rincones del mundo, al emigrar para el vecino más rico de la región, esta masa de desesperados se somete a todos los mecanismos de superexplotación resultante de la "ilegalidad": salarios de hambre, condiciones de trabajo que bordean la esclavitud, absoluta falta de acceso a los derechos mínimos, como salud o educación y ninguna asistencia por parte del gobierno de Thabo Mbeki.

Una masa de refugiados que, sin embargo, a los ojos de los explotados sudafricanos, es vista equivocadamente como "responsable" por el aumento de las filas de desempleados y por la creciente criminalidad que se expande por el país. De ahí hasta ser transformados en blanco de furiosos ataques, fue una cuestión de tiempo.

Furia anunciada

La criminal despreocupación del gobierno del CNA quedó demostrada en la postura adoptada por el presidente Mbeki, que sólo se dignó a comentar el asunto más de veinte días después del inicio de los ataques.

Antes de esto, sin embargo, El tuvo tiempo y disposición para mandar el Ejército a prender más de mil personas, reprimir violentamente a los refugiados, lo que acabó "rebotando" en la población en general (hubo por el menos un joven sudafricano muerto por las tropas, en un barrio de Johannesburgo), lo que hizo aumentar aún más la furia popular.

Mientras Thabo Mbkei se silenciaba, familias enteras eran forzadas a salir de sus barrios miserables y millares de otros eran obligados a buscar refugio en las escuelas, iglesias o cualquier otro lugar que les abriese las puertas.

La violencia en las ciudades sudafricanas también se reflejó en las regiones vecinas. Números oficiales dan cuenta de 19.850 mozambiqueños que llenaron los campos de refugiados instalados en la frontera del país, en el aeropuerto de la capital Maputo y en la propia capital.

Tampoco demoró para salir a la superficie que la tragedia ya estaba anunciada hacía mucho tiempo. Además del evidente clima de insatisfacción en las calles, el gobierno ya había sido advertido por embajadores de varios países, hecho admitido por el propio gobierno Mbeki.

Las críticas a la forma cómo el gobierno enfrentó la situación disminuyeron aún más la credibilidad del ya debilitado presidente, al punto de que uno de los diarios de mayor circulación del país, The Sunday Times, publicó el titular: Señor presidente: por favor, renuncie ahora.

Socialismo: la única salida

Incluso siendo evidente que el diario se alínea con la lógica de la elite dominante, que también comienza a cuestionar la capacidad de Mbeki para controlar la insatisfacción popular, él apunta un camino que ya cuenta con la simpatía de sectores significativos entre los trabajadores y jóvenes sudafricanos.

No son pocos los que, aunque todavía reconocen a sus antiguos dirigentes de la lucha contra el apartheid en las figuras que hoy están instaladas en el poder, ya perciben que ellos no tienen nada que ver con su pasado de glorias.

Si no bastasen los sucesivos ataques económicos disparados por el gobierno, desde hace mucho, es imposible enmascarar el hecho de que la enorme mayoría de la población negra continúa viviendo amontonada en los miserables townships" (las favelas o villas miseria locales), la nata del gobierno, sus funcionarios (muchos de ellos ex-combatientes de la lucha contra el apartheid) y sus socios ahora comparten los beneficios con la elite blanca y se refugian en los seguros condominios construidos para la nueva clase media negra.

Son ellos los verdaderos responsables por el escandaloso caso de xenofobia que manchó la historia de un país que abriga a uno de los pueblos que más luchó en el siglo pasado.

Fue el gobierno del CNA, bajo la tutela del imperialismo internacional, y en complicidad con sus corruptos socios menores instalados en el poder en todo el continente africano, que dio origen a las condiciones que llevaron a esas escenas de barbarie.

Este sentimiento, inclusive, también fue expresado por los millares de manifestantes que, a pesar t contra la voluntad política del gobierno, salieron a las calles para protestar contra la opresión xenófoba.

En medio de las marchas, en ciudades como Durban, Ciudad del Cabo e Johannesburgo, no faltaron banderas y protestas exigiendo más empleos, salarios dignos y el fin del programa neoliberal del gobierno.

Por eso mismo, es preciso no solamente denunciar esta situación, extendiendo nuestra solidaridad a los inmigrantes dispersos por África, como también llamar el pueblo negro sudafricano a dirigir su justificada furia contra los reales causantes de la miseria y de las pésimas condiciones de vida en que viven.

Y, para eso, es necesario reconstruir organizaciones independientes del gobierno, reorganizar los movimientos sindicales, estudiantiles y populares para reconstruir la lucha por una Sudáfrica, no-racista y socialista. El único camino, también, para el resto del continente.

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