martes, 19 de agosto de 2008

“Primavera de Praga”. Ensayo general de las grandes victorias de 1989. Por Matías Martínez matiasmartinez@izquierdadelostrabajadores.org

Se cumplen cuarenta años de la Primavera de Praga, el día en que los tanques soviéticos aplastaron la insurrección de los estudiantes, los trabajadores y el pueblo checoslovaco en contra del régimen totalitario de partido único.

Al terminar la Segunda Guerra Mundial, la victoria sobre el nazismo fue tan grande, que el Ejército Rojo de la Unión Soviética ocupó Europa del Este y expropió el capitalismo en Checoslovaquia, Polonia, Hungría, Bulgaria y Rumania, estableciendo las famosas “democracias populares”, países donde la burguesía fue eliminada, pero donde se impusieron férreas dictaduras de partidos únicos apoyados por los tanques de el Kremlin.

Pero el dominio de la burocracia fue cuestionado rápidamente. En 1953, a partir de la muerte de Stalin, se inició en la propia Unión Soviética un proceso de desestalinización que llegó a su pico en el famoso XX Congreso del PCUS bajo el comando de Nikita Jrushev.

En Europa del Este, el levantamiento de los obreros de Berlín en 1953, la revolución húngara de 1956, donde obreros y estudiantes organizaron concejos y enfrentaron los tanques soviéticos, y las protestas de Polonia contra Gomulka, fueron los primeros ensayos de revolución política contra el dominio totalitario.

A fines de los años sesenta, cuando la agitación ganaba las calles de París en el famoso Mayo francés y las protestas contra Vietnam se extendían por el mundo, los trabajadores y estudiantes checoslovacos decidieron sacudirse de encima el régimen de partido único.

A comienzos de 1968, un grupo de funcionarios del Partido Comunista empezó a exigir cambios para enfrentar la crisis económica e introducir algunas reformas al régimen político, y echaron al secretario general del Partido Antonin Novotny, que fue reemplazado por Alexander Dubcek.

Bajo la presión popular, las nuevas autoridades tomaron medidas como levantar la censura para las publicaciones, libertad de formación de partidos bajo el sistema socialista, igualdad entre las naciones (checos y eslavos), libertad de los presos políticos, el derecho a formar sindicatos independientes, el derecho de huelga, la libertad religiosa y científica.

Pero Dubcek solo quería reformar el régimen y no eliminarlo. Llamó a construir el “socialismo con rostro humano”, pero los diques se habían abierto, y Dubcek no podía frenar la marea.

Los periodistas empezaron a escribir sin censura, empezaron las críticas a los funcionarios de los gobiernos anteriores. Creció la circulación de diarios y revistas, los intelectuales discutían abiertamente, surgieron miles de grupos políticos y culturales.

En el verano empezaron las huelgas. Los obreros exigían el despido de los funcionarios y democracia en los trabajos.

Para los burócratas de la Unión Soviética, el ejemplo de la Primavera de Praga era una amenaza a todo su dominio. Moscú envió un ultimátum amenazando con la intervención. Dubcek no podía parar nada.

En la noche del 20 de agosto, en la operación militar más importante desde la Segunda Guerra Mundial, 600.000 soldados rusos acompañados por aviones y carros de combate ingresaron a Praga y fueron recibidos con el más absoluto repudio de la población. Dubcek y otros funcionarios fueron llevados prisioneros a Moscú, y murieron cerca de 100 personas.

La resistencia continuó casi dos meses. Los jóvenes se mantuvieron en las calles con banderas checoslovacas discutiendo con los soldados invasores, y en octubre hubo manifestaciones masivas contra la ocupación.

Los estudiantes organizaron una huelga de tres días en noviembre, los trabajadores siguieron eligiendo sus consejos en las fábricas, y el principal sindicato industrial amenazó con una huelga general.

En enero de 1969, un estudiante, Jan Palach, se inmoló para protestar contra la represión y miles de personas salieron a las calles.

A pesar de la derrota, la “Primavera de Praga” constituyó una experiencia riquísima para las masas checoslovacas y del Este europeo. Fue un ensayo general que constituyó la antesala de las jornadas revolucionarias que se desataron dos décadas después, en noviembre de 1989.

En esta ocasión, retomando las banderas democráticas de 1968, los trabajadores destruyeron los pilares del régimen en la famosa “revolución de terciopelo”, al tiempo que los pueblos de Alemania, de los demás países del Este y de la Unión Soviética protagonizaban la más espectacular revolución antitotalitaria, consiguiendo el triunfo más importante desde la Segunda Guerra Mundial: derrotar al estalinismo, el aparato contrarevolucionario más poderoso del mundo.

Los revolucionarios estuvimos de su lado en aquellas jornadas, tanto en el ‘68 como en el ’89, porque no se puede construir una sociedad más justa y ganar a los trabajadores para su causa sin respetar las mínimas reivindicaciones democráticas y porque no hay modo alguno de alcanzar el socialismo sin el más estricto respeto por la democracia obrera.

El castrismo apoyó la invasión soviética a Checoslovaquia

En concordancia con su alineamiento con la burocracia de la URSS, Fidel Castro se pronunció en aquel entonces a favor del accionar del Kremnlin en Praga.

Fue a partir de esta definición que se produjo un cambio a favor de la profundización de los rasgos totalitarios en Cuba, y el comienzo de la ruptura de un sector de la intelectualidad que hasta entonces apoyaba el proceso revolucionario en la isla.

Desde entonces, especialmente en Latinoamérica, el castrismo pasó a ser un factor determinante para desmontar cualquier proceso revolucionario por el camino del pacto con las burguesías, como en la Revolución nicaragüense, o como en la actualidad lo hace en Venezuela con el gobierno de Hugo Chávez.

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