lunes, 14 de febrero de 2011

El triunfo de la revolución árabe sacude al mundo

La Plaza de la Liberación (Tahrir) atrajo la atención de todos: en tan solo dos semanas se convirtió en la sede del parlamento popular más grande del mundo. En ella, centenares de miles de personas se congregaron a diario hasta derrotar a Mubarak, y para debatir cual sería el futuro de Egipto tras la salida del dictador.

Fue decisivo el rol de los trabajadores, participando activamente en las huelgas convocadas por los sindicatos, que exigían la renuncia de Mubarak. Los docentes, metalúrgicos, ferroviarios, y casi la totalidad de los gremios paralizaron su actividad en franco apoyo al grito de libertad que se multiplicaba en las gargantas de la Plaza Tahrir.

Los 6000 trabajadores del legendario Canal de Suez, que como el de Panamá estuvo por muchos años en manos del imperialismo, se declararon en huelga contra Mubarak. Decenas de buques cargueros y de pasajeros quedaron varados en ese paso de gran importancia económica y geopolítica, que une el Mar Rojo con el Mar Mediterráneo: paralizaron el milenario comercio entre Europa y el Cercano Oriente.

Dentro de la Plaza Tahrir se gestó un poder capaz de derrocar a Mubarak y su ejército, pero que además tomó en sus manos las tareas necesarias para darle continuidad a las protestas. Tal como reflejaron las crónicas de decenas de medios presentes, las masas organizaron piquetes de control para restringir el acceso a los seguidores de Mubarak, puestos de información, baños públicos, centros de atención medica, reparto de alimentos, etc.

Centenares de miles de personas anónimas, sin jefes ni líderes, que se auto-organizaron y participaron de acuerdo a su parecer, que debatieron y opinaron, y tomaron el destino de sus vidas y el país en sus manos. Una verdadera irrupción de las masas en la vida política, con la mayor amplitud democrática necesaria para garantizar la unidad de objetivos de las millones de personas movilizadas en todo Egipto.

Tal cual fue la Comuna de Paris para Europa, La Plaza Tahrir demostró al resto de las naciones árabes como los trabajadores y el pueblo pudieron echar a Mubarak y hacerse cargo, durante días enteros, de las tareas que el estado no garantiza, creando sus propios organismos.

¡Jamás estado árabe alguno fue capaz de garantizar semejantes libertades democráticas!
¡Y solamente con un estado nuevo, con otras instituciones surgidas al calor de la lucha, las masas egipcias serán capaces de preservarlas en el tiempo!

Los imperialistas europeos y yankis están buscando la manera de ponerle fin a esta formidable experiencia protagonizada el pueblo egipcio. Para eso negociaron con la cúpula del ejército, que se hizo cargo del poder para convocar a elecciones.

La idea de ellos es que el poder -con la tutela de las fuerzas armadas- se reparta entre los sectores que pactaron con las potencias, como los Hermanos Musulmanes o el premio Nobel de la Paz, ElBaradei. Todos están de acuerdo en maquillar al régimen para que se mantenga lo esencial del mismo.

Esto solo servirá para cambiar algunas caras sin tocar los privilegios del ejército, que posee o controla los principales resortes de la economía, además de las armas. Si no se les quita el poder a las Fuerzas Armadas, seguirán imponiendo presidentes cuando les plazca. ¡No alcanza con cambiar figuritas! ¡Ese no es el cambio de fondo que millones de egipcios reclaman y merecen!

El ejemplo de la plaza Tahrir debe extenderse al resto de Egipto, de manera de transformar al país en una gran asamblea popular donde se discuta y decida como reorganizar la nación ejerciendo las nuevas libertades conquistadas.

Las masas tienen que discutir y resolver qué tipo de constitución, leyes e instituciones necesitan para democratizar en serio al país, pero además cómo le sacan el control de las riquezas a los monopolios para repartir el fruto del trabajo de la mayoría en forma equitativa.

Los trabajadores y el pueblo tienen que decidir qué tipo de estado necesitan para liquidar definitivamente el analfabetismo, la pobreza extrema, la desocupación y la miseria que impuso Mubarak al servicio de las multinacionales que saquean los recursos naturales y humanos de Egipto.

Para evitar que los poderosos resuelvan entre cuatro paredes y a espaldas de las masas, deben imponer una Asamblea Nacional Constituyente, donde participen en igualdad de condiciones desde el ejecutivo de Google que convoco a las primeras movilizaciones, un trabajador del Canal de Suez, un vendedor ambulante o un ama de casa.

Los sindicatos, las organizaciones obreras y los principales referentes de las protestas deben convocar a esta Asamblea, y así evitar que el ejército y el imperialismo retomen el control de la situación.

En esa asamblea nacional, soberana y democrática los socialistas propondremos la necesidad de romper definitivamente con el actual sistema capitalista en decadencia, para poner en pie la única sociedad capaz de darle de comer y garantizar un aumento significativa en la calidad de vida de la mayoría y llevar la democracia hasta el fin, el Socialismo mediante la imposición de un gobierno de los trabajadores y el pueblo.

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