Finalmente y como se esperaba François
Hollande derrotó a Nicolás Sarkozy en la segunda vuelta de las elecciones
presidenciales francesas. De esta manera el Partido Socialista volvió al poder
después de 17 años. El último presidente socialista de Francia había sido
François Mitterrand quien gobernó entre 1981 y 1995.
Hollande había ganado en la primera vuelta con
un 28,63 % de los votos dejando atrás a Sarkozy
(27,18%), a la derechista Marine Le Pen del Frente Nacional
(17,90%) y a Jean Luc-Mélenchon del Frente de Izquierda (11,11%) una alianza
entre el Partido de Izquierda y el Partido Comunista. Los partidos de la
extrema izquierda como el NPA (Nuevo Partido Anticapitalista) y Lutte Ouvriere
(Lucha Obrera) obtuvieron un 1,29% y 0,65% respectivamente.
La derrota de Sarkozy es, más allá de las
intenciones del nuevo gobierno, un triunfo de las masas
francesas. Los trabajadores, los jóvenes, los inmigrantes, la clase
media venida a menos, enfrentaron durante estos cinco años al gobierno con
innumerables movilizaciones y huelgas. Si bien no pudieron derrotarlo en las
calles, no fue por falta de combatividad sino debido a la política conciliadora
de las direcciones que están al frente de las organizaciones obreras,
fundamentalmente el Partido Comunista y el propio Partido Socialista.
Por eso, millones de franceses vieron en las
elecciones la oportunidad de castigar a uno de los máximos representantes del
ajuste, con las expectativas puestas en que el próximo gobierno solucione los
problemas más acuciantes, como el desempleo, los bajos salarios, la salud, la
educación, la marginación de los
inmigrantes, etc.
Esas expectativas chocaran rápidamente contra
la cruda realidad, porque más allá de los discursos demagógicos de Hollande,
prometiendo un nuevo futuro para Francia y Europa, el Partido Socialista
gobernará -como siempre lo hizo- a favor de la burguesía imperialista francesa
y sus monopolios, por lo tanto en contra de los trabajadores y el pueblo.
No por casualidad Hollande ha dicho que el
primer viaje que realizará cuando asuma la presidencia será a Berlín para
entrevistarse con Ángela Merkel, con quien espera llegar a un acuerdo, de
manera de encarar juntos la crisis capitalista que sacude a la Unión Europea. Y
en ese sentido la Merkel fue muy clara, ya que apenas conoció los resultados
electorales dijo que “no se puede ni hablar de cambiar las políticas de
ajuste…”
El panorama que se abre para el gobierno del
PS no será distinto que el de sus socios españoles y griegos. Es que Francia, a
pesar de ser la segunda economía europea vive una crisis igual o peor que estos
países. Tiene una deuda pública (lo que debe el estado a particulares u otros
países) que alcanza el 86% del PBI, sus exportaciones están estancadas debido
al atraso de su aparato productivo, que se prevé que apenas crecerá este años
un 0,5%.
El país galo tiene un déficit presupuestario
de 84.500 millones de Euros, el doble que el de España y una deuda externa que
supera los 5000 billones de dólares. Esta situación, sumada a la “línea” que
baja el gobierno alemán, que es el que realmente manda en Europa, obligará al
gobierno del PS a continuar con la política de Sarkozy.
Sin embargo no le resultará fácil a Hollande,
ya que la caída de Sarkozy fue tomada por las masas como un triunfo. Un éxito
que alentará la continuidad y la profundización de las luchas de los
trabajadores, los estudiantes y los inmigrantes.
El problema de los trabajadores franceses,
como del resto de Europa, es la falta de una dirección revolucionaria. Los
partidos importantes de la izquierda más radicalizada, como el NPA y Lutte
Ouvriere (Lucha Obrera) no se vienen ubicando a la altura de las
circunstancias, ya que han levantado una orientación estrechamente sindicalista
y electoralista, que los hizo perder un terreno enorme, que se expresó con un retroceso
electoral manifiesto.
Por eso la tarea de los revolucionarios pasa
por construir la unidad, para ponerse al frente de las luchas y alentar la
combatividad obrera y popular detrás del programa más justo, el de los
trotskistas.
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