jueves, 6 de noviembre de 2008

La Unión Soviética se salvó del crack de 1929 Por Esteban Pedraza (editado por IT)

El 7 de noviembre se cumplen 91 años del triunfo de la Revolución de Octubre, acontecimiento que marcó al siglo XX con la fuerza revolucionaria de la clase obrera, y aún ilumina con sus enseñanzas el devenir del presente siglo.

Mucho se ha escrito para negar su legado y desfigurar sus profundas raíces transformadoras, que adquieren una actualidad implacable frente a la barbarie capitalista, que sólo prioriza la tasa de ganancia a costa de lo que sea.

Por ello el futuro socialista que anunció la Revolución de Octubre se agiganta ante el capitalismo que se reproduce constantemente como un sistema depredador de la condición humana.

Generando crisis que pagan los pueblos del mundo con miseria, explotación, enfermedades, guerras…etc.; donde los derechos humanos y la libertad solo existen para los ricos y en los discursos de sus políticos.

No es casual que los escribientes al servicio del capitalismo omitan los logros del socialismo en Rusia frente a la crisis capitalista de 1929.

En los dos años siguientes Estados Unidos y Alemania perdieron un tercio de su industria. El desempleo llegó al 27% en Estados Unidos, 22% en Gran Bretaña, 44% en Alemania.

El comercio mundial disminuyó un 40%. Hubo un solo país que se salvó de la catástrofe: la Unión Soviética. Entre 1929 y 1940 la producción industrial se triplicó.

Su participación en la producción mundial de productos manufacturados pasó del 5% en 1929 al 18% en 1938. No hubo un solo desempleado.

En 1925 la URSS ocupaba el lugar número 11 en la producción de energía eléctrica. En 1935 subió al tercer lugar.

En la extracción de carbón pasó del décimo lugar al cuarto. En la producción de acero, del sexto al tercero. Los economistas burgueses no salían de su asombro.

En general se toma como paradigma el ejemplo del New Deal de Roosevelt en EEUU, que en realidad fue el salvataje de los grandes bancos y monopolios, y se esconde que la Rusia socialista no experimentó las miserias y penurias del resto de los países, gracias a que había expropiado los medios de producción de capitalistas y terratenientes para ponerlos al servicio de toda la sociedad como propiedad colectiva.

Por eso en pocos años Rusia había superado su atraso, erradicando el hambre, la miseria y el analfabetismo, convirtiéndose en un verdadero anticipo de lo podría ser el socialismo no sólo en un solo país sino a escala mundial.

La dictadura stalinista que sometió a los trabajadores soviéticos impidió que el proceso revolucionario se extendiera a nivel mundial, como quería Lenin cuando señalaba “que era necesario el esfuerzo conjunto de los obreros de los países avanzados para que triunfe el socialismo”.

Como dijo Trotsky, “tales son los resultados incontestables de la revolución de Octubre en la cual los profetas del viejo mundo quieren ver la tumba de la civilización”.

Independientemente de la suerte que corra la Unión Soviética, escribió Trotsky, “quedará para el porvenir un hecho indestructible: que la revolución proletaria ha permitido a un país atrasado obtener en menos de veinte años resultados sin precedentes en la historia”.

Hace 150 años Marx explicó las causas de la crisis

Las crisis no son tormentas surgidas del aire. Son los mecanismos propios del sistema capitalista, que se repiten con regularidad, para reajustar sus ganancias y bajar los salarios obreros, cerrando fábricas y despidiendo trabajadores.

Esto lo explicó hace 150 años Carlos Marx en El Capital, que hoy es el libro más vendido en la Feria de del Libro más famosa del mundo, la de Frankfurt en Alemania.

Según Marx, la razón última de la crisis es la ley de la tendencia descendente de la tasa de ganancia.

Un capitalista invierte 50 en máquinas y 100 en salarios para obtener mercancías por 250 pesos. Esa diferencia de 100 pesos entre lo que invirtió y lo que produjo, es la plusvalía, el trabajo obrero excedente no pagado. Si invirtió 150 ganó 100, le quedó un 66% de ganancia.

El capitalista solo se mueve por el afán de aumentar la ganancia. Puede extender la jornada de trabajo y aumentar el número de obreros, pero los obreros empiezan a hacer huelgas, o empiezan a faltar técnicos, mecánicos, y suben los salarios, lo cual reduce sus ganancias.

Entonces el capitalista decide invertir en máquinas, que no hablan ni protestan, para prescindir de obreros. Se producen máquinas cada vez más poderosas, el trabajo humano es cada vez más productivo, y se necesitan cada vez menos obreros.

Pero el capitalista solo saca sus ganancias del trabajo vivo. Por eso, entre más invierte en máquinas y técnica, más se reducen sus ganancias en proporción al capital invertido.

Por ejemplo, si ahora invierte 200 en máquinas y 100 en sueldos, y se mantienen los mismos 100 de trabajo excedente no pago, sacará 400 en mercaderías. Habrá invertido 300 pero sacará cien, es decir, ganará 33%.

Esa es la primera parte de la ley de la tendencia descendente de la tasa de ganancia descrita por Marx. La segunda parte es que, como el capitalista quiere ganar más, sigue extendiendo la producción e invirtiendo.

Como resultado, obtiene cada vez más plata, más masa de dinero, pero menos ganancia en proporción al capital que invirtió. Como dijo Marx, “el capitalista gana cada vez menos en porcentaje, pero tiene una masa de ganancia cada vez mayor”.

Para Marx este es “el misterio en torno a cuya solución gira toda la economía política”. Entonces viene la crisis: el capitalista deja de invertir, empieza a cerrar fábricas y a despedir, guarda su capital o lo envía a la Bolsa y a la especulación, hasta que logra bajar el salario de los obreros y recuperar su tasa de ganancia.

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