lunes, 14 de marzo de 2011

Japón: una fábrica de tsunamis radiactivos

Si uno recurriera a la metafísica, diría que el castigo de un dios no misericordioso se ha descargado sobre el pueblo japonés. O que la naturaleza tomó venganza contra una de las naciones más desarrolladas en materia de ciencia y tecnología.

Pero sería injusto restarles méritos a las multinacionales imperialistas, quienes han decidido hace sesenta años levantar un peligroso polvorín en uno de los peores lugares del planeta, por el solo hecho de contar con mucha mano de obra barata y calificada.

Que Japón sea un lugar proclive a los cataclismos pueden dar cuenta sus propios habitantes: “vivimos en las laderas de los volcanes y suspendidos sobre el océano en el cruce de cuatro placas tectónicas. Japón tiene que repensarse a sí mismo si quiere tener un futuro”, tal es la afirmación de Eiko, una anciana mujer del pueblo de Sendai.

En esta cáscara de nuez a merced de los elementos, los yankis levantaron importantes fábricas, especialmente automotrices, aprovechando los bajos costos de producción de un país devastado por la derrota del eje durante la guerra mundial, esencialmente por las bombas atómicas que arrojara el propio EE.UU.

Como las fábricas requerían de grandes cantidades de energía se construyeron centrales nucleares, para no depender del petróleo que desde los setenta está en alza constante. A la fecha se han construido cincuenta y cuatro plantas nucleares, muchas de ellas en zonas costeras.

Durante el último terremoto y su correspondiente tsunami (Japón es una isla y si hay terremotos, hay grandes olas), los sistemas de refrigeración de al menos dos plantas dejaron de funcionar y existe el riesgo de que se funda el núcleo. Si esto sucede, el edificio que contiene gran parte de la radiación colapsará y las nubes de radiación escaparán sin control contaminando todo a su paso durante centenares de años.

Una de estas centrales, la de Fukushima se encuentra a tan solo 270km de Tokio, donde viven alrededor de 35 millones de personas. Esas nubes recorrerán mares, ríos y continentes llevando la muerte a cuestas.

Si la humanidad pudiera planificar la economía priorizando su propia subsistencia, jamás pondría plantas nucleares en lugares tan riesgosos. Es más, ni siquiera recurriría al uranio o al petróleo como fuentes de energía.

El aprovechamiento de los rayos solares, los vientos y las mareas como fuentes de energía renovables no contaminantes gratuitas y accesibles, está en pañales debido a la interferencia de las multinacionales, que solo conciben el aprovechamiento de los recursos naturales en función de sus ganancias.

Parafraseando a Eiko no solo Japón, sino la humanidad de conjunto debe repensarse a sí misma si quiere tener futuro: o permite que las multinacionales destruyan este, nuestro único planeta, o acaba con el Capitalismo y construye el Socialismo, la única sociedad en que la economía está en armonía con las necesidades del hombre y de la naturaleza.

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