Escribe R. MUJIK de las Asambleas del Pueblo: SIRIA, INSURRECION POPULAR Y DISCUSIONES REPETIDAS EN LA IZQUIERDA
EL CAMINO A DAMASCO
Desde principios de año, casi como un capítulo obligado y previsible de las insurrecciones y revueltas que sacuden a la gran Nación Árabe, miles de sirios se han lanzado a la calle a reclamar el fin de una dictadura hereditaria que lleva en el poder más de cuarenta años. Y, también de manera casi ritual, en el seno de la izquierda internacional se han repetido los mismos alineamientos que se vienen dando desde los sucesos de Marruecos y, en particular, desde Libia en adelante.
UNA DISCUSION REPETIDA: LOS AMIGOS DE LA ONZA
Desde el amplio y “legítimo” espacio de la izquierda institucionalizada, incluyendo al castrismo, el chavismo y el forismo (en relación a los intelectuales que impulsaron los Foros Mundiales) se apunta a la acción omnipotente y desestabilizadora del imperialismo y el sionismo como el gran protagonista y beneficiario de hechos de violencia planificados por sus espías desde sus cómodos cuarteles generales, con el claro propósito de asegurar su hegemonía y re colonizar toda la región.
Para ellos, la dinastía Assad es parte residual del extinto nacionalismo de las burguesías árabes, tal como lo fue Khadaffi hasta hace unas pocas semanas. En consecuencia, todo ataque a esos regímenes sólo puede provenir de los cuarteles imperiales, los que, en el peor de los casos, utilizan a esos pueblos sojuzgados como idiotas útiles o carnes de cañón de Wall Street.
Sin embargo, por muchas que sean las voces que repitan éste discurso y por muchos que sean los atriles donde se digan, la realidad no es susceptible de construcción oral, por genial que sea esa oralidad. Para ellos la crisis global del capitalismo es un hecho menor que encubre una gran maniobra de reconstrucción imperial que poco y nada pueden hacer los pueblos para derrotar porque la supremacía militar yanqui es el altar de la dominación y el protagonista de la historia sigue siendo el capitalismo.
Y todos estos procesos de rebelión que pueblan el mundo, dispersos, inorgánicos, confusos no conducen a la superación de la crisis de la humanidad sino que son instrumentos en manos de los explotadores para reciclar su dominación. Estos pensadores son los mismos que proclamaron que Al Quaeda no existía, que las Torres Gemelas fueron voladas por los servicios yanquis y que la resistencia iraquí y hasta los talibanes, eran instrumentos de la CIA.
El común denominador de estos razonamientos es el profundo desprecio hacia el movimiento de masas, su falta de confianza en las rebeliones de los desharrapados del mundo, su desdén a todo aquello que no haya pasado por sus “academias de marxismo” y no haya sido disciplinado y domesticado por su posibilismo nauseabundo y “políticamente corecto”.
Así es como actúan, en la política real y en la guerra de clases tal cual se da, como lo hacía, en el chiste el amigo de la onza, desmoralizando y destruyendo cualquier esfuerzo en prevenir el ataque del feroz animal.
LA “DESPROLIJA” LUCHA DE LOS OPRIMIDOS POR SU LIBERACION
Lo cierto es que los sucesos de Siria son parte de una gran revuelta democrática en la Nación Árabe que sacude regímenes que han sido estrictamente funcionales a la dominación israelita e imperialista en la región, que han saqueado los recursos naturales de sus países, que han instalado verdaderas mafias familiares como virtuales propietarias de los grandes negocios, que han ejercido la represión contra sus pueblos y contra el pueblo palestino de manera sistemática durante años y que han privado a la ciudadanía de los derechos democráticos más elementales.
Estos rasgos, le pese a quien le pese, son indiscutiblemente comunes a todos los países donde ha habido, hasta ahora, levantamientos populares, incluyendo Libia y ahora Siria. El hecho de que las protestas en curso carezcan de direcciones revolucionarias, que sean heterogéneas, que aparezcan entremezclados protagonistas pro imperialistas y clericales no los invalida a ellos sino que cuestiona, precisamente, a esa izquierda doctoral que con su política de sostén de burguesías árabes corruptas contribuyeron a la orfandad política de los pueblos.
Es tan grande la crisis internacional de la dominación capitalistas, tan profunda la descomposición de los regímenes totalitarios que construyó, tan aguda la caída en las condiciones de vida de las masas, que sus respuestas se producen aún de manera confusa, anárquica, inorgánica. Pero, “gris es el árbol de teoría y verde, bien verde, es el de la vida”, y los pueblos se orientan a construir su historia y aplastar la historia de la dominación con las armas que tienen, rústicas, rudimentarias, precarias.
Pero, armas al fin. Y en ésa búsqueda y, precisamente, de ésa búsqueda, surgirán las herramientas que les permitirán el progreso revolucionario de sus conciencias y la realización de otras sociedades. Claro que siempre está el peligro de la utilización imperial de estos hechos. Pero, cuando no estuvo?, cuándo no estará?, o es que creen que el guardián morirá de muerte natural y que no peleará, intrigará, asesinará, manipulará cuanto sea posible por sus privilegios?
EL “ANTI IMPERIALISMO” DE LOS ASSAD, VERDUGOS DE PALESTINOS
En noviembre de 1970, hace cuarenta años, el padre del actual presidente, Hafez al Assad, ministro de Defensa y hombre de confianza del entonces líder sirio Salah Jadid, encabezó un golpe de estado y lo depuso, asumiendo el poder en nombre del ala derecha del partido Baath.
Y aunque esto haya pasado hace tantos años, vale la pena recordar que las divergencias entre ambos surgieron pocos meses antes, alrededor de la política a asumir ante la insurrección palestina-jordana contra el corrupto rey Hussein de Jordania, en lo que se conoció como el “Septiembre Negro”, por la sangrienta represión llevada a cabo por el monarca.
Mientras Jadid se comprometió con los palestinos apoyar su revolución y llegó, incluso a enviar tropas en su auxilio, su ministro de Defensa, Assad, saboteó ese acuerdo y dejó sin protección aérea tanto a los insurrectos como a sus propias tropas, lo que derivó en una severa derrota militar de la intentona y en una recordada masacre de palestinos.
Esa traición política de Assad era congruente con el miedo que le inspiraba la irreductible resistencia palestina a la mayoría de los dirigentes árabes, quienes temían más el contagio revolucionario de las masas de sus países que, claramente, simpatizaban con Al Fatah y la OLP, que al enemigo sionista.
Una vez en el poder, Assad llevó a cabo, en Siria, una transición de un estado burgués moderadamente independiente, inspirado por el nacionalismo árabe, en sus inicios, hacia una potencia regional dependiente de los países imperialistas occidentales, en los últimos años.
Pero, la constante durante los 40 años en el poder de la dinastía Assad, fue el intento de transformar a Siria en una potencia regional capitalista que pudiese servir de principal mediador entre los árabes y el orden mundial y, a la vez, contener el antisionismo y descontento de las masas árabes, en particular de los palestinos.
El punto de inflexión entre su declamado nacionalismo árabe y su reubicación paulatina en el esquema de dominación internacional vino de la mano de la derrota en la Guerra de 1973 contra Israel. En esa ocasión, las tropas conjuntas de Egipto y Siria fueron derrotadas por los israelitas, con la consiguiente ruptura de la alianza con Egipto y el alejamiento de Siria de los espacios más anti israelitas, aunque manteniendo una fuerte retórica anti sionista.
Así aceptó firmar un alto del fuego permanente, que mantuvo sus territorios del Golán en manos judías y le garantizó una frontera segura a los fascistas israelitas. Pocos años después, en 1976, los palestinos expulsados de Jordania por el Rey Hussein –con la ayuda de su amigo sirio Assad- se reorganizaron en Líbano y se transformaron en factor de poder dentro de ése país amenazando al estabilidad del gobierno capitalista de la derecha maronita.
Fue entonces, que, respondiendo al pedido de ayuda efectuado por el presidente libanés, Siria invadió el país para imponer el orden, o sea para volver a aplastar a la resistencia palestina. De este modo el ejército sirio salvó a la derecha libanesa de una segura derrota militar a manos de la OLP y sus aliados locales, los drusos, los chiitas y todos los grupos nacionalistas y anti israelitas.
Es que de haberse producido ese desenlace, al igual que seis años antes en Jordania, el protagonismo de los “revoltosos” palestinos podía llegar a cambiar todo el esquema de poder regional. Y Assad aportó sus propias razones: el fortalecimiento de la OLP pondría en riesgo sus planes de hegemonía regional e, incluso, influenciaría a la enorme población palestina en Siria.
En última instancia y pese a su inflamada verborragia anti israelita, Assad compartía la preocupación de las potencias occidentales y de Israel de que una administración liderada por la OLP y sus aliados chiitas en Líbano podría desestabilizar a toda la región y amenazaría la propia existencia del Estado de Israel.
Y poco tiempo después, en 1978, reafirmando con hechos concretos su política estabilizadora en la región, las fuerzas armadas sirias en Líbano se replegaron hacia el norte del país, para permitir que las tropas israelíes invadiesen y ocupasen el sur de Líbano y aplastasen a la resistencia palestina y chiita que actuaba en esa frontera. Finalmente, en 1982, Assad unió sus esfuerzos con los israelíes y la extrema derecha libanesa para expulsar a Arafat y a la OLP de Líbano.
Los israelíes llegaron hasta Beirut en una verdadera cacería de fedayines palestinos, mientras los sirios hacían lo mismo en Trípoli, en el norte. En esas circunstancias los falangistas libaneses masacraron a la población palestina civil de los campos de refugiados de Sabra y Chatila, con la complicidad de las tropas judías y ante la pasividad de los sirios.
Después de aplastarlos y expulsar a los líderes y combatientes de la OLP que habían sobrevivido a Túnez, Siria se dedicó a fabricar y patrocinar grupos palestinos mercenarios, a su servicio, para acabar con el liderazgo de la OLP y Arafat.
Así aparecieron, entre otros, el FPLP de Ahmed Jibril y el grupo de Abu Mussa, huérfanos de apoyo palestino pero con sus arcas llenas y con campos de entrenamiento y armamento seguros en Siria. En tanto, los derrotados fedayines palestinos se reorganizaban en su nuevo exilio tunecino e Israel festejaba en el Líbano.
LA CAIDA DE LA URSS Y EL REGRESO A CASA DE ASSAD
El juego “independiente” de Assad padre sufrió un duro golpe con la caída del bloque del este, en 1989-91. El permanente cortejo con unos y otros se cayó cuando ya no había más “otros” con los que amagar acuerdos en desmedro de los “unos”. De manera que, a partir de esos años Assad acelera su rumbo hacia un realineamiento franco con EE.UU., Israel y las potencias occidentales, aunque tratando de mantener, en las formas y los discursos, cierto aire independiente.
Como una clara señal de comprensión de la unipolaridad política internacional, Siria se reconcilió con Egipto, país hermano con el que estaba enfrentado desde que Anuar Sadat, en 1979, reconociera a Israel y firmase un tratado de paz con los colonialistas judíos. Egipto y Arabia Saudita eran, hasta hace unos pocos meses, los principales aliados de las políticas yanquis y sionistas en la región y hacia ellos se enfiló Assad.
La siguiente prueba de reconciliación la dio, Assad, en ocasión de la invasión a Kuwait por parte de Irak y la consiguiente primera guerra del golfo, en 1991. Y ya no fue retórica: miles de soldados sirios lucharon codo a codo con las tropas contra revolucionarias de Arabia Saudí y los EE.UU. para desalojar a Saddam Hussein de la vieja provincia kuwaití.
Esta actuación le permitió a Assad acceder a la membresía de socio confiable del imperio y a acceder a más de U$S 2.000 millones en créditos y subsidios por su esfuerzo de guerra. Claro, a ésta altura ya no había más campos de entrenamiento de palestinos truchos ni coqueteos con insurgencia alguna. Siria trataba de ingresar al juego de las democracias occidentales.
Sólo le falló, por la intransigencia sionista, el broche de oro, que hubiese sido firmar un acuerdo de paz con Israel, fracaso que se debió a la negativa judía de acceder a la devolución de las alturas del Golan y, sobretodo, al control compartido de las aguas del fronterizo Lago Tiberíades, aguas que han sido “confiscadas” por los colonialistas.
En este nuevo rol, Assad no tardo en reconciliarse con Hussein, firmando un conveniente convenio que le permitió a éste eludir el bloqueo exportando petróleo a través de oleoductos sirios, a las empresas occidentales seguir comprando combustible a precio de ganga y a Assad quedarse con jugosas comisiones como intermediario petrolero.
Por esa misma época, Siria se dedicó a a articular el cerco al nuevo proceso revolucionario que, ahora, amenazaba su estabilidad: la revuelta kurda. Para ello articuló con los iraquíes y con los turcos una gran ofensiva contra el nacionalista PKK, arrestó a centenares de dirigentes kurdos y entregó a 125 de ellos a su nuevo amigo, Turquía, para que fueran masacrados en sus mazmorras.
A cambio de su solidaridad contra revolucionaria, Turquía aumentó las inversiones y la asociación económica con Siria e hizo concesiones sobre los recursos hídricos compartidos, ya que buena parte del agua que Siria necesita viene de ríos que nacen en tierras turcas.
NEGOCIOS SON NEGOCIOS
Ya en el año 2000, con su hijo Bashar al Assad en el poder, el régimen sirio avanzó en acuerdos más generales y directos con el imperialismo, que incluyeron la introducción de políticas neoliberales en la economía interna, incluyendo privatizaciones, apertura a las inversiones extranjeras y reformas del sistema financiero que comenzaron a modificar la estructura del país.
El monopolio estatal del sistema bancario fue disuelto, la educación superior fue, virtualmente privatizada, así como los servicios públicos e incontables empresas que estaban en poder del estado. Pero, como no podía ser de otra manera, la propia familia Assad y los principales jerarcas del régimen Baath, estaban entre los principales beneficiados por las privatizaciones y las jugosas comisiones, créditos y dádivas que los especuladores repartían.
El primo de Bashar y encargado de los negocios familiares, Rami Makhlouf apareció como inesperada cabeza de uno de los nuevos grupos económicos líderes, acumulando activos por más de 10.000 millones de dólares en un par de años y tomando el control de Syriatel, una de las dos empresas de telefonía móvil autorizadas por el gobierno.
Pero el clan Assad no se limitó a las “cometas” o a los celulares: mantiene intereses hegemónicos en tabaco, petróleo, construcción civil y obras públicas, posee el control de tres bancos de primera línea y maneja las zonas francas de fronteras. Según el Financial Times, el “nacionalista” régimen sirio que tanto les simpatiza a nuestros progresistas es el propietario capitalista del 60% de la economía siria a través de su red de empresas.
ASEGURANDO LA REGION
Mientras los negocios progresaban, Assad junio aprovechó para consolidar su influencia regional y asegurar su rol de mediador. Por eso firmó el acuerdo de Taif, que le puso fin a años de guerra civil en el Líbano y le permitió retirar sus tropas manteniendo su influencia en la política interna libanesa. Ese acuerdo fue apoyado por EE.UU. y Arabia Saudi y los principales grupos políticos locales, contra el general Michel Aoun, quien pretendía liberar al país de la tutela siria, pero que tuvo que huir a Francia.
Claro que Bashar mantuvo el juego de apoyar y armar a la milicia Hezbollah, para seguir manteniendo presión sobre Israel y forzarlo a negociar la devolución del Golán y el tema de aguas y, sobretodo, para mantener su rol como país líder en la región. Por esta misma razón se negó a acompañar a los EE.UU. en la segunda guerra del golfo contra Irak, acogió a millones de refugiados iraquíes y permitió el funcionamiento de la resistencia iraquí a través de sus vastas fronteras comunes.
A pesar de esta ambivalencia, los EE.UU. nunca llegaron a considerar seriamente a Siria como un problema para sus intereses en la región. Es que las veleidades “independentistas” de Bashar provenían de un hombre y un régimen que, en lo esencial, daba cotidianas pruebas de lealtad en los asuntos centrales de la hegemonía imperialista.
En consecuencia, se podía negociar política con quien se hacían tan buenos negocios. Por eso no cabe extrañarse que ni el súbitamente “democrático” EE.UU. ni ninguno de sus aliados esté planteando una acción militar para impedir las reiteradas masacres que la familia Assad está llevando a cabo sistemáticamente, al lado de las cuales, las que protagonizó Khadaffi parecen un juego menor.
La política yanqui se circunscribe a exigir el alto de la represión, un “franco pedido de disculpas”, la investigación y castigo de los responsables de la represión, compensaciones para las familias de las víctimas y un incierto plan de democratización y renovación política, que incluya la realización de elecciones.
Como garante de ese proceso, EE.UU. le pide a Assad que cree una Asamblea Nacional de Transición, integrada por 100 miembros, de los cuales 30 serían designados directamente por el presidente y los restantes 70 serían elegidos también por él, pero en acuerdo con la oposición.
En síntesis, lo que el imperialismo le demanda a Bashar Assad es que controle una transición pacífica, ordenada y segura hacia un régimen más democrático, en el que pueda seguir siendo una fuerza determinante, pero que mantenga y presérvelos negocios acordados. De lo que se trata es de acordonar la revolución árabe y de impedir que un país de la envergadura de Siria sea la próxima pieza de ese domino que crea zozobra en Jerusalem y Wall Street.
UN REGIMEN EN CRISIS DESDE HACE DECADAS
Este es el contexto en el que se está desarrollando la revolución en Siria. Después de 40 años de ininterrumpido estado de sitio, de miles de presos, de torturas cotidianas, de censura de prensa y de persecuciones políticas, el pueblo sirio se está sacudiendo el yugo dictatorial.
Al igual que en Túnez, hace un año, la consigna más popular es “Abajo el Régimen!” y detrás de ella se encolumnan miles y miles de sirios, sobre todo los más jóvenes, que saben y han sufrido en carne propia, la ferocidad represiva del “progresista” gobierno de los Assad: sólo en la revuelta sunnita de 1982, dirigida por la Hermandad Musulmana, más de 20.000 personas fueron asesinadas en la Ciudad de Hama.
Lo mismo pueden decir los 2 millones de kurdos sojuzgados que viven en Siria. Su lengua fue prohibida en un esfuerzo para borrar la cultura kurda y arabizarla; cerca de 300.00 kurdos carecen de ciudadanía siria y la mayoría de los ellos vive miserablemente, a pesar de que sus tierras ancestrales son altamente productivas en algodón y trigo y abundan en recursos petroleros que son explotados por el ocupante sirio.
En el 2004, una multitudinaria movilización pacífica fue recibida con una fuerte represión que dejo un indeterminado número de muertos y presos. No hubo cambios democráticos en el régimen Baath bajo el liderazgo de Bashar y tampoco los exigieron los intereses imperialistas que penetraron en la región de su mano.
Bashar sólo implementó reformas en el terreno económico y para permitir el desguace del estado, de las políticas asistenciales heredadas de la “época nacionalista” de su padre” y para posibilitar el masivo ingreso de capitales extranjeros a los que su clan se asoció.
En el 2005, después de la retirada final de las tropas sirias del Líbano, por primera vez, un movimiento de oposición apareció para exigir un cambio de régimen a través de un documento llamado Declaración de Damasco. En el mismo se pedían reformas políticas y económicas.
Entre ellas estaba el establecimiento de un sistema multipartidario, un régimen democrático con elecciones libres, una nueva constitución para asegurar la igualdad ante la ley, libertad de expresión y organización, anulación de la ley marcial y libertad para todos los presos políticos.
Esta declaración fue auténticamente siria, democrática, firmada por personalidades conocidas como el autor Michel Kilo, el diputado Rayad Sayf y el ex juez Haytham al Malih. Ellos no tenían el apoyo o estímulo de los ahora “democráticos” EE.UU. y, en consecuencia sufrieron una fuerte represión, incluyendo la permanencia durante años en prisión y el destierro.
Ahora, ante la gran presión del movimiento de masas y la inocultable ferocidad y corrupción de su régimen, Assad aceptó introducir algunas reformas políticas: fin de la ley marcial, la creación de un sistema multipartidario, ciudadanía para los kurdos, libertad de algunos presos políticos, libertad de runion y manifestación, de formar partidos políticos, etc.
Pero, mientras hacía esto, simultáneamente recurría a la represión generalizada para acabar con las protestas. En agosto las ciudades de Hama, Deir el-Zour y Latakia fueron literalmente cercadas y se produjeron allanamientos y arrestos masivos a diario.
Desde marzo, dos mil personas han sido asesinadas, cerca de tres mil desaparecieron, y más de diez mil apresadas. Doce mil refugiados huyeron a Turquía y muchos más a Líbano. Las acciones autoritarias prevalecieron sobre la retórica democrática, aunque las movilizaciones se suceden y se tornan, cada vez, más violentas.
EL PROBLEMA ECONOMICO
Pero, al igual que en los demás países de la región, las demandas democráticas contra regímenes perpetuos que ya estaban agotados, desprestigiados y sin legitimidad alguna, se combinan, ahora, con la crisis económica, el aumento de los precios de alimentos y servicios, los bajos salarios y la hambruna de buena parte de la población.
La combinación de las reformas económicas neo liberales realizadas por Bashar, a partir del 2000, con la crisis económica mundial, ha generado una situación explosiva. La apertura de la economía significa, en el actual contexto de crisis general del capitalismo, la introducción violenta de sus contradicciones al seno de la economía siria, con el consiguiente saqueo de sus recursos por parte de las empresas que han sido “bienvenidas” por el régimen, en tanto las posibilidades de emigrar a la que aspiraban sectores de las clases medias se han visto cortadas de cuajo.
La situación de la juventud, el sector generacionalmente más importante, es desesperante, con índices de desempleo que superan el 40 %, y se hace sentir con mayor impacto entre los jóvenes que han podido acceder a la educación y que, en muchos casos, tienen formación universitaria. Mientras los salarios están virtualmente congelados, la inflación alta carcome los ingresos del pueblo. Aumentan, casi a diario, los alquileres, los alimentos y los servicios básicos.
Hay casi dos millones de trabajadores públicos ganando sueldo de apenas US$ 200 por mes, que recaudan "baksheesh" (coimas o propinas) como un complemento esencial para sobrevivir. En tanto, en las aldeas la situación no es mejor: al ya señalado problema con los kurdos se le agregan las consecuencias de una terrible y prolongada sequía que está desertificando tierras agrícolas y que ha llevado a millones de pequeños campesinos a emigrar a los cordones miserables que rodean a las grandes ciudades.
La producción de alimentos viene cayendo en picada, dado que la apertura de la economía arruinó a millares de pequeños productores, a los que la sequia terminó de alejar de la actividad. En tanto, el deterioro de las condiciones de vida del pueblo contrasta con la opulencia de los funcionarios del régimen Baath y de la propia familia Assad y con los informes sobre las ganancias que las empresas capitalistas sacan del país, generando un creciente descontento popular contra la corrupción generalizada.
UN PUENTE DE PLATA PARA ASSAD
Aunque el futuro de la revolución en Siria se está siendo decidiendo en las calles de Damasco, Hama, Daraa, Deir-el-Zour y tantas otras ciudades y aldeas, los aliados y asociados imperiales del régimen buscan una salida honrosa que apague el incendio antes de que sea tarde. EE.UU. y la Unión Europea tardaron cinco meses en decidir que Bashar debe abandonar el poder y lo acaban de hacer ahora, ante la constatación de que el régimen es incapaz de sofocar la rebelión.
Su jugada original y preferencial para derrotar la revolución era obligar a Bashar a introducir mínimas reformas democráticas manteniendo el poder. El fracaso de Assad para acabar con la insurrección, la tendencia a la paralización de la actividad económica y la posibilidad de un desorden general con el consiguiente derrocamiento del régimen y la desestabilización de toda la región es lo que ha obligado al imperialismo a buscar alternativas por fuera del clan gobernante.
Rusia, China, Brasil, India y Africa del Sur, miembros del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, también están pidiendo reformas democráticas pero lideradas por Bashar.
El día 9 de agosto Brasil, India y Africa del Sur fueron más allá al concederle un enorme crédito político a Bashar y afirmar en una declaración común que “tiene voluntad de llevar a cabo reformas democráticas” y condenaron la violencia de "ambos lados". Fue así, incentivado por estas declaraciones y por el contundente apoyo de Irán, como Bashar recurrió a la represión generalizada de fines de agosto en adelante.
Su objetivo era impedir el crecimiento del movimiento rebelde y el establecimiento de ciudades libres, como ya estaba sucediendo con Hama, que podrían convertirse en fortalezas para la revolución. Sin embargo, a pesar del despliegue represivo la revolución no parece estar languideciendo, aunque es cierto que las movilizaciones han aminorado desde fines de agosto.
La cerrada negativa del oficialismo a negociar con la oposición puede dinamitar el “puente de plata” tendido por el imperialismo para facilitarle una salida ordenada y gradual al régimen. Los Assad han utilizado el respaldo y el tiempo que les otorgan sus socios sólo para reforzar la carta del aplastamiento de la rebelión, una especie de “todo o nada” extremadamente riesgosa en el contexto regional.
UNA REVUELTA QUE NO CESA…
Si bien el pico de las protestas parece haber sido el pasado mes de julio, cuando centenares de miles de personas salieron a las calles desafiando al gobierno, siguen realizándose mitines y asambleas populares en las plazas de las ciudades y aldeas.
La ciudad de Daraa, en la empobrecida frontera con Jordania, fue el primer centro de la revolución; ahora ésta parece haberse desplazado hacia Hama y Deir-el-Zour, donde decenas de miles, en cada ciudad, se manifestaron en septiembre. Incluso en Damasco, la ciudad mejor controlada por el régimen, en los barrios humildes donde la mayoría es sunita o kurda se producen protestas cotidianas y lo mismo sucede con los estudiantes y los jóvenes de las clases medias. La negativa de Assad a escuchar los reclamos y la fuerte represión del régimen radicalizó las reivindicaciones de reformas y las elevó a demandar la caída del dictador.
El carácter no sectario ni confesional de la revolución ha sido fundamental para agrupar un número creciente de participantes de las diversas sectas cristianas, chiitas y drusas, silenciadas durante años. Una de las consignas más populares es "Uno, uno, uno, el pueblo sirio es sólo uno".
Por otra parte, en la vereda de enfrente, se está comenzando a evidenciar una diferenciación entre sectores de las clases dominantes muy afectadas por una creciente paralización de la actividad económica y productiva, por el desabastecimiento, la inflación, los especuladores y la incesante fuga de capitales. Y un proceso parecido se estaría dando en las filas de las fuerzas de seguridad, donde el descontento ha dado lugar a un incipiente proceso de deserciones.
Las fuerzas de élite de la seguridad presidencial están concentradas en la IV División de las FF.AA. Sirias, conformadas mayoritariamente por miembros de la comunidad alauita, con la que están emparentados los Assad, y que es comandada por su hermano Maher el Assad. Esas tropas son las que han llevado adelante la peor tarea represiva y las masacres de civiles en Hama, Deir-el-Zour y Lattakia.
Las tropas regulares de policía han sido retiradas de la línea principal de fuego porque se han producido episodios de rebeldía e insubordinación y se conocen relatos acerca de efectivos que han sido ejecutados por sus comandantes por rehusarse a reprimir a los manifestantes.
Este es un proceso aún incipiente y si bien no hay una deserción generalizada ni un desmoronamiento de las fuerzas represivas, los hechos mencionados sí son indicativos de la profundidad del proceso de descomposición del aparato estatal.
Sin embargo, hay que tener en claro que la decisión de que la represión quedara en manos de ésa sola división militar, pone en evidencia las dificultades, desconfianza y temores del clan Assad y le da cierta verosimilitud a los rumores que hablan del creciente descontento de altos oficiales del ejército con el rumbo a la guerra civil y a la división del país que puede entrañar la negativa de Assad a pactar un acuerdo.
…Y BUSCA SU DESTINO
Por más que ya estén apareciendo los auto titulados referentes de la oposición, prolijamente legitimados por los preocupados poderes imperiales que construyen un apresurado reemplazo de capataces, la realidad es que ésta rebelión es conducida desde abajo y desde una influencia importante de dirigentes sindicales y sociales y, sobretodo, jóvenes.
Siria tiene poco y nada que ver con las “rarezas” tribales que caracterizan a Libia; su realidad y maduración políticas están más cerca de Egipto y son los sucesos allí acaecidos los que ejercen influencia sobre la juventud. Las ciudades concentran la vida política y social del país y es allí donde se libra un verdadero combate entre las tropas del régimen y el pueblo sublevado.
Pero esos enfrentamientos que nos son presentados por la prensa interesada como manifestaciones anárquicas tienden a organizarse y radicalizarse a cada paso. El liderazgo real de las protestas son las comisiones de coordinación locales, asambleas populares que surgieron en todo el país, compuestas por un número importante de jóvenes activistas que utilizan medios alternativos de comunicación, combinados con llamamientos impresos en volantes, afiches y hasta cartulinas garabateadas.
Casi de manera unánime han radicalizado sus planteos de “mayor democracia” para exigir, ahora, el fin del régimen. En ellas actúan las organizaciones políticas y sociales pre existentes, así como representantes de minorías religiosas o raciales y una nueva generación de jóvenes luchadores.
Aún su “programa” es elementalmente democrático, pero ese reclamo de democracia se entrelaza con las mejoras en las condiciones de vida y termina cuestionando no sólo al Clan Assad sino a toda la estructura de dependencia y saqueo montada. La tendencia general pareciera ser a que todas esas comisiones de coordinación se desarrollen, se centralicen y se transformen en organizaciones abiertas y democráticas, cada vez más multitudinarias que se vayan dotando de un programa revolucionario y transformándose en verdaderos órganos de poder alterno.
En ese proceso juegan un papel muy importante los combativos y politizados activistas de la Nación Kurda y los referentes de la colectividad chiita, largamente perseguida y que han protagonizado, en el pasado reciente, duros enfrentamientos armados con el régimen.
Y, sobretodo, el escenario de despertar de los pueblos árabes, del orgullo nacional contra el imperialismo y los israelitas , de cuestionar a los viejos gobiernos autoritarios y títeres de la dominación.
Egipto y Siria son dos gigantes en la nación árabe; los procesos que se llevan a cabo allí serán determinantes para toda la región y sostendrán su influencia allende los mares, en las metrópolis europeas. Apenas estamos viendo los primeros, confusos, vacilantes pasos de una gran marejada revolucionaria.
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