jueves, 6 de octubre de 2011

La crisis llegó

En abril de este año los medios anunciaban la reestructuración de la deuda griega, por esos días ya imposible de pagar, pero también otro acontecimiento significativo, la Standard and Poors, una calificadora de riesgo de alto nivel, le había puesto una nota negativa a los EE.UU., poniendo en dudas su capacidad de pago.

La crisis económica mundial, que comenzó en 2008, reaparecía de esa manera en medio de un gran ascenso obrero y popular que le pone palos en la rueda a cada uno de los planes diseñados por los dueños del mundo para evitar la bancarrota. Aquellos eran los síntomas de agudización de una situación que con el correr de las semanas se profundizó y extendió a otros países, abarcando prácticamente todo el planeta.

Lo que está pasando en Grecia es un ejemplo emblemático de esta realidad. Su gobierno resolvió varias rebajas salariales, aumentos impositivos y decenas de miles de despidos; sin embargo las huelgas obreras, los cortes de ruta, los piquetes y las tomas de edificios estatales han frenado a la mayoría de estas medidas reaccionarias.

Algo similar sucedió en el estado yanky de Wisconsyn. Cuando su gobernador decidió prohibir a los sindicatos y emprender un ajuste brutal contra las condiciones de vida de los maestros y empleados del estado, estos se declararon en huelga y organizaron una marcha gigantesca que ocupó el parlamento.

Ahora los sindicatos, junto a miles de “indignados”, están ganando las calles de New York y las principales ciudades del país, repudiando las políticas de ajuste Obama y compañía.

Este ascenso obrero y popular, que empezó en Europa, ha cruzado las aguas del Mediterráneo, instalándose en la mayoría de los países del Norte del África, donde provocó revoluciones que tumbaron a varios dictadores, como Mubarak en Egipto y Kadaffi en Libia.

De allí pasó a Siria, cuyo pueblo pelea heroicamente contra el dictador Asad. Y al propio estado sionista de Israel, dentro del cual cientos de miles están proponiendo la reducción -inédita para ese país- del presupuesto militar.

Esta situación avanza en Latinoamérica, con luchas que enfrentan a los gobiernos “progresistas”, como el de Evo, que acaba de ser golpeado por una huelga general y otros que aunque no se autodenominan “nacionales y populares”, aplican los mismos planes, como el de Piñera.

Ni la China se escapa a la dinámica general. Son miles los “incidentes” proletarios, un subterfugio utilizado por la prensa del gobernante Partido Comunista Chino para hablar de los conflictos obreros, muchos de los cuales adquieren características violentas, como la toma de rehenes.

Todo esto da por tierra las teorías de los plumíferos de la burguesía y algunos falsos izquierdistas, que después del primer salvataje bancario, salieron a decir que la crisis y las luchas habían comenzado a retroceder. Los parches no resolvieron nada, más bien ¡Exacerbaron la situación revolucionaria que recorre el planeta!

Vale recordar que Lenin explicaba este tipo de momentos con una fórmula sencilla: “los de arriba ya no pueden mantener su dominio como antes, mientras que los de abajo ya no están dispuestos a seguir soportándolo…”

Estamos en medio de un salto de calidad de la crisis económica mundial, porque ahora, en vez de estallar en las economías más pequeñas, lo hace en las entrañas de las más importantes, como Estados Unidos, Alemania, Francia o Italia, amenazando con la bancarrota de sus estados, incapacitados de pagar sus deudas y limitados para enfrentar a sus respectivos pueblos.

Todo pasa en medio de otra crisis, la de “gobernabilidad”. Los presidentes y ministros de los principales países carecen de liderazgo para afrontar la situación y en vez de unirse para hacerlo mancomunadamente, se pelean a dentelladas. Estas disputas son aprovechadas por el movimiento de masas, que pelea y pelea.

No hay un plan del conjunto y no aparece todavía ningún sector con autoridad política para liderar al resto en la cruzada reaccionaria que todos, desde el punto de vista intelectual, suscriben, pero no se animan ni pueden implementar. De esta manera el mundo se dirige hacia una nueva y poderosa depresión mundial, superior a la de 1929.

La caída de las bolsas, el termómetro de la crisis

La caída de las bolsas es la expresión financiera de esta situación. Las burguesías y los inversionistas retiran sus capitales, dejando de confiar en las políticas de los gobiernos y las empresas, poniendo al sistema financiero internacional, al borde del colapso.

Los billetes, transformándose en papeles pintados, dejan de tener valor y los estados no cuentan con las herramientas indicadas para revalorizarlos, a través de un incremento cualitativo de la explotación obrera, imponiendo el aumento de los ritmos y horas de trabajo y la liquidación generalizada de las conquistas sociales.

La resistencia impide la aplicación de esta receta y la burbuja financiera comienza a estallar, provocando los derrumbes bursátiles, que implican la pérdida de miles de millones de dólares, la quiebra a empresas enteras, la caída de los precios de las materias primas (como el petróleo y la soja) y del nivel de consumo de la mayoría de la población mundial, incentivando el proceso de luchas obreras y populares.

Para agravar su situación, el imperialismo ya no cuenta con el aliado que tuvo durante años para frenar al movimiento de masas, la burocracia stalinista, que después de la derrota del ejército nazi, actuó como dique de contención de las luchas de todo el mundo, abortando revoluciones o condicionando otras, mediante la política de “coexistencia pacífica”.

La estrategia de los gobiernos, aplastar la resistencia

Frente a esta situación, lo que sí aumentó -¿contradictoriamente?- ha sido el gasto en concepto de armamentos, un desarrollo que no sirve para resolver la crisis, como bien saben los burgueses. Pero no les queda otra: la única inversión “rentable” en estas circunstancias pasa por armar ejércitos y bandas de pistoleros, equipados con los mejores y más modernos elementos bélicos.

Por un lado, porque tendrán que saldar cuentas entre sí, aplastando a los patrones más débiles, concentrando la economía en menos manos que las de antes y por el otro, porque intentarán frenar el ascenso de las luchas obreras, derrotándolas físicamente.

Las burguesías están decididas a emprender ataques brutales -incluido guerras civiles- contra el movimiento de masas a escala global y en términos regionales, con el propósito de liquidar los procesos de vanguardia y ejemplificar al conjunto de los pueblos.

Eso lo tienen claro los “demócratas” del nuevo gobierno del CNT libio, que después de la caída de Kadaffi enfilaron sus cañones contra las milicias más radicalizadas, reprimiendo y encarcelando a sus principales líderes.

Nada distinto hace Cristina, que se mueve con la misma lógica. La detención del Pollo Sobrero no es un hecho aislado. ¡Forma parte de un plan que apunta al conjunto del activismo combativo!

Frente a esto, las masas responden, dando lugar a insurrecciones, puebladas, guerras civiles… De acá en más, como sucedió en Egipto, Siria y Libia, seremos testigos de procesos revolucionarios clásicos, como el que dio lugar a la Revolución Rusa.

Transitamos un período en el que los trotskistas tendremos nuevas y fenomenales oportunidades para liderar estas revoluciones. Para eso será necesario poner en pie el estado mayor de la revolución, a nivel de los países y a nivel internacional. La corriente que hemos comenzado a construir con los compañeros del MR (ver periódico 14) de Brasil es un pequeño aporte en ese sentido.

Argentina: La crisis ya llegó

A pesar de los discursos grandilocuentes de Cristina y los anuncios del “blindaje” por parte de Amado Boudou y otros charlatanes del gobierno, la crisis empezó a pegar duro sobre la economía nacional, haciendo mella -inflación mediante- sobre el poder adquisitivo y la calidad de vida de la mayoría de la población.

La caída de los precios de las materias primas significará un retroceso en la recaudación fiscal, que se agravará debido a los límites a la importación que empezaron a poner en Brasil y la devaluación de su moneda. En el país vecino ya han devaluado un 16% el real y el plan es llevarlo al 20% en los próximos días.

Antes de esta medida existía un déficit fenomenal en la balanza comercial, que ahora aumentará con la depreciación de la moneda brasilera, que se potenciará debido a la disminución de la capacidad de compra de los habitantes de ese país, quienes consumirán muchos productos argentinos.

A todo esto se le agrega la fuga de capitales, que siempre hubo pero ahora se agudizó. Se caracteriza que en lo que va del año ya se han trasladado 16.000 millones de dólares hacia los países imperialistas.

Cristina aumentó la tasa de interés tratando de evitar que la plata se vaya a los dólares, para mantenerla en las cajas fuertes de los bancos. Pero, contradictoriamente perjudica a la economía, sostenida con la emisión de créditos para el consumo, los cuales encarecerán, produciendo un enfriamiento, debido a la baja del poder de compra.

Millones están endeudados hasta la médula y quedarán afectados por esta situación. Millones, que hasta ahora formaban parte de la base de apoyo del kirchnerismo, comprando coches, plasmas, celulares y todo tipo de electrodomésticos.

La defensa del poder adquisitivo, conquistado durante estos años a través de las luchas obreras, será un motor fundamental de los próximos conflictos, muchos de los cuales explotarán reclamando salarios o la apertura de las paritarias y terminarán enfrentando a los despidos y la represión del gobierno, que necesita derrotarlos para salvarse de la crisis.

No habrá ninguna posibilidad de mantener, o incrementar, los salarios con el gobierno y el plan de Cristina, como tampoco con ninguna de las variantes patronales opositoras. Todos trabajan para el mismo patrón, los monopolios, que empujarán, ahora más que nunca la profundización del “modelo” de ajuste, saqueo y explotación.

La única manera de evitar que el país se hunda, será derrotando al plan de Cristina e imponiendo otro, obrero y popular, que comience por recuperar las principales palancas de la economía, hoy en manos de los monopolios, para ponerlas en manos de los trabajadores.

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