martes, 28 de enero de 2014

El gobierno de Peña Nieto pretende cooptar a las Autodefensas. La izquierda y la clase obrera deben intervenir audazmente para pelear por la independencia de estos organismos.

La izquierda y la clase obrera tienen que intervenir en el proceso para pelear por la independencia del gobierno y del estado burgués de estos organismos y dotarlos de un programa consecuente para llevar adelante esta trascendental lucha: el programa del Socialismo, que implica la necesidad de acabar con el Plan de Ajuste, Saqueo y Represión de Peña Nieto e imponer un Gobierno Obrero y Campesino que destruya al ejército narco y demás fuerzas represivas del estado narco mexicano, deje de pagar la deuda, nacionalice la banca, el comercio exterior y las grandes empresas e independice definitivamente al país del yugo del imperialismo yanky, el principal responsable de los narco negocios.

Reproducimos una nota del POS de México que habla acerca de este intento de cooptación, escrita por Genaro Flores, el Lunes 27 de Enero 2014:

En el conflicto de las Autodefensas en Michoacán, el gobierno federal ha jugado sus cartas. Como un viejo Mago desdentado, corrompido y decadente, “viejo lobo” en el arte milenario del ardid y de la insidia, se ha sacado de la chistera una jugada maestra, una maniobra antiquísima y que forma parte del repertorio de los Tiranos de todas las épocas.

Como en la inmortal novela de Juan Rúlfo, los políticos de la Burguesía mexicana ahora ofician de “Pedro Páramo”, el cacique que enfrentó a los revolucionarios “sumándose a ellos”, cuando infiltró a su testaferro El Tilcuate en las filas de los alzados.

La gran literatura siempre desvela cuestiones que a veces la “ciencia” no hace.
Aquí va el genial pasaje de la Novela Pedro Páramo de Juan Rulfo en la que el cacique enfrenta a los revolucionarios invitándolos a comer y ofreciéndoles su apoyo económico y militar.

No digo que esto sea marxista. Digo que es un pasaje literario que revela un profundo conocimiento del actuar humano, de los móviles y el modus operandi de los hombres llevados por la fuerza de los acontecimientos y por sus intereses y sus pasiones personales, que también deben ser tomadas en cuenta.
Y dice….

-Dice bien aquí el señor, Perseverancio. No se te debía soltar la lengua. Necesitamos agenciarnos un rico pa´ que nos habilite, y qué mejor que el señor aquí presente. ¿A ver tú, Casildo, como cuánto nos hace falta?

-Que nos dé lo que su buena intención quiera darnos.

-Éste «no le daría agua ni al gallo de la pasión». Aprovechemos que estamos aquí, para sacarle de una vez hasta el maíz que trai atorado en su cochino buche.

-Cálmate, Perseverancio. Por las buenas se consiguen mejor las cosas. Vamos a ponernos de acuerdo. Habla tú, Casildo.

-Pos yo ahí al cálculo diría que unos veinte mil pesos no estarían mal para el comienzo.

¿Qué les parece a ustedes? Ora que quién sabe si al señor éste se le haga poco, con eso de que tiene sobrada voluntad de ayudarnos. Pongamos entonces cincuenta mil. ¿De acuerdo?

-Les voy a dar cien mil pesos -les dijo Pedro Páramo-. ¿Cuántos son ustedes?

-Semos trescientos.

-Bueno. Les voy a prestar otros trescientos hombres para que aumenten su contingente. Dentro de una semana tendrán a su disposición tanto los hombres como el dinero. El dinero se los regalo, a los hombres nomás se los presto. En cuanto los desocupen mándenmelos para acá. ¿Está bien así?

-Pero cómo no.

-Entonces hasta dentro de ocho días, señores. Y he tenido mucho gusto en conocerlos.

-Sí -dijo el último en salir-. Acuérdese que, si no nos cumple, oirá hablar de Perseverancio, que así es mi nombre.

Pedro Páramo se despidió de él dándole la mano.

-¿Quién crees tú que sea el jefe de éstos? -le preguntó más tarde al Tilcuate.

-Pues a mí se me figura que es el barrigón ese que estaba en medio y que ni alzó los ojos. Me late que es él… Me equivoco pocas veces, don Pedro.

-No, Damasio, el jefe eres tú. ¿O qué, no te quieres ir a la revuelta?

-Pero si hasta se me hace tarde. Con lo que me gusta a mí la bulla.

-Ya viste pues de qué se trata, así que ni necesitas mis consejos. Júntate trescientos muchachos de tu confianza y enrólate con esos alzados. Diles que les llevas la gente que les prometí. Lo demás ya sabrás tú cómo manejarlo.

-¿Y del dinero qué les digo? ¿También se los entriego?

-Te voy a dar diez pesos para cada uno. Ahí nomás para sus gastos más urgentes. Les dices que el resto está aquí guardado y a su disposición. No es conveniente cargar tanto dinero andando en esos trajines. Entre paréntesis: ¿te gustaría el ranchito de la Puerta de Piedra? Bueno, pues es tuyo desde ahorita. Le vas a llevar un recado al licenciado Gerardo Trujillo, de Comala, y allí mismo pondrá a tu nombre la propiedad. ¿Qué dices, Damasio?

-Eso ni se pregunta, patrón. Aunque con eso o sin eso yo haría esto por puro gusto.
Como si usted no me conociera. De cualquier modo, se lo agradezco. La vieja tendrá al menos con qué entretenerse mientras yo suelto el trapo.

-Y mira, ahí de pasada arréate unas cuantas vacas. A ese rancho lo que le falta es movimiento.

-¿No importa que sean cebuses?

-Escoge de las que quieras, y las que tantees pueda cuidar tu mujer. Y volviendo a nuestro asunto, procura no alejarte mucho de mis terrenos, por eso de que si vienen otros que vean el campo ya ocupado. Y venme a ver cada que puedas o tengas alguna novedad.

-Nos veremos, patrón. 

 
Pero esto no es el fin: es una etapa de un proceso infinito que se llama Lucha de Clases. Ahora le toca mover sus piezas al pueblo pobre de Michoacán, el mismo que anda poniendo el lomo para recibir los chingadazos.

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