Las inmensas movilizaciones populares en Ucrania, iniciadas
a finales de noviembre pasado, han conquistado sus primeras victorias
parciales. El pasado 28 de enero, la Rada Suprema
(parlamento) se reunió de forma urgente para derogar las draconianas leyes
represivas que ese mismo órgano, a pedido del presidente Víctor Yanukóvich, del
derechista Partido de las Regiones (PR) y con apoyo parlamentario del Partido
Comunista, había aprobado menos de dos semanas antes con el objetivo de coartar
las protestas.
Al mismo tiempo, el primer ministro Mykola Azarov anunció su
dimisión, hecho que desencadenó la caída de todo el gabinete. Si bien desde
hace más de dos meses la situación está marcada por una extrema inestabilidad
política, a partir de la acción de cientos de miles de personas que, con
temperaturas de 23 grados bajo cero, han tomado las principales calles de Kiev
y de aproximadamente diez mil que acampan en la Maidán, principal plaza de
la capital y actual centro neurálgico de las protestas contra el gobierno de
Yanukóvich, la aprobación de aquellas leyes represivas radicalizó aún más las
protestas y abrió un nuevo momento en el conflicto.
El saldo de la brutal represión policial es de al menos
cinco muertos, además de cientos de heridos y presos políticos. Los
manifestantes han bloqueado rutas principales y dieron inicio a una ola de ocupaciones
de ministerios y edificios públicos en 14 de las 25 provincias del país,
comenzando un proceso de aproximación de las manifestaciones al este del país,
en el cual se dieron protestas y enfrentamientos en Zaporoyie (este) y
Dniepropetrovsk (centro-este).
Vale mencionar que, en Ucrania, existen marcadas diferencias
culturales, históricas y políticas entre el oeste y el este del país. La región
este es más industrial, ruso hablante y en donde Yanukóvich tiene su mayor base
de apoyo social, en comparación con la región occidental, más rural, de habla
ucraniana y con mayores conexiones culturales con Europa. Este inicio de
“nacionalización” de las protestas comienza a generar una situación aún más
preocupante para el poder de la burguesía local y los intereses extranjeros
radicados en el país.
La derogación de las leyes represivas y la caída del
gabinete ucraniano, en nuestra opinión, es una importante victoria de la
movilización popular, que tuerce el brazo a un gobierno represor, entreguista y
oligárquico. Pero el poder se mantiene en las manos de Yanukóvich y de la
repugnante oligarquía ucraniana, siempre dispuesta a venderse tanto a los
buitres rusos como a los europeos.
Por ello, esta victoria debe ser un punto de partida para
continuar una ofensiva del pueblo explotado que acabe derrocando al gobierno,
liquide el poder de los oligarcas y coloque la economía del país en manos de la
clase trabajadora, conquistando la absoluta y definitiva independencia del
país.
Yanukóvich no se dará por vencido. Intenta e intentará
desmantelar la Maidán. Y
si no se demuestra capaz, la alta cúpula del Ejército ucraniano (el segundo
mayor de Europa después del ruso) ya hizo saber, en un comunicado, que
intervendrán para “estabilizar la situación en el Estado” y recomponer la
“concordia social”, pues declaran “intolerable” la ocupación de edificios
públicos.
“Los altos cargos y los funcionarios del Ministerio de
Defensa apoyan al presidente de Ucrania en lo que se refiere a la necesidad de
estabilizar la situación en el Estado”, advirtieron los generales.
Frente a esta situación es urgente que la izquierda
internacional asuma una posición de inequívoco apoyo a las movilizaciones,
combatiendo a la dirección burguesa y pro imperialista, así como a los sectores
de ultra derecha y neonazis que intentan controlar el proceso, al tiempo que es
necesario expresar un claro repudio a las amenazas de los militares de aplastar
el movimiento de la Maidán.
Entre la opresión del chovinismo gran ruso y la del
imperialismo
Ucrania, una ex república soviética con 45 millones de
habitantes actualmente, siempre sufrió la opresión nacional por parte de Rusia.
Antes de la Primera
Guerra Mundial (1914-1918), Ucrania era dominada por el
imperio austro-húngaro y ruso, y cabía a la vil autocracia zarista el control
de la mayor parte de territorio.
Con el triunfo de la revolución socialista rusa de 1917, el
país conquista un periodo de independencia hasta que en diciembre de 1922 se
transforma en una de las repúblicas fundadoras de la antigua Unión Soviética
(URSS).
Durante la década de 1920, antes de la consolidación de la
burocracia stalinista en el poder, los bolcheviques tuvieron una política de
respeto a los derechos nacionales ucranianos, que se expresó en un
florecimiento del arte y la cultura y en un uso extendido y permitido del
idioma local (antes prohibido por el zarismo).
Los primeros años de la URSS fueron, también, los de mayores conquistas
en cuanto a derechos sociales relativos a la salud y educación públicas,
vivienda, acceso a la tierra y derechos de las mujeres.
Sin embargo, a finales de esa década, en los inicios de
1930, la burocracia comandada por Stalin atacó abruptamente todas esas
conquistas, como parte de la contrarrevolución política triunfante en la URSS.
El Kremlin negó el derecho de autodeterminación nacional que
garantizó a Ucrania la revolución de Octubre y pasó a ejercer una creciente
opresión nacional. La colectivización forzosa emprendida por Stalin, por
ejemplo, atacó de forma brutal a los campesinos ucranianos.
El Ejército Rojo requisaba tierras y granos e imponía metas
de producción inalcanzables a los campesinos, los cuales no recibían granos ni
alimentos si no las cumplían. Esta política brutal llevó, durante esa década, a
una hambruna generalizada en todo el territorio soviético y, sólo en Ucrania,
murieron más de cinco millones de campesinos.
En el mismo periodo, la gran persecución de los Juicios de
Moscú (1929-1934 y 1936–1938) también afectó enormemente a la población
ucraniana, especialmente a la oposición política, la intelectualidad y los
artistas. Se calcula que durante los procesos fueron asesinados miles de
oposicionistas ucranianos. De hecho, de los más de cinco millones de
prisioneros llevados a la muerte en los campos de concentración stalinistas
(Gulags) de Siberia, al menos 20% fueron ucranianos.
Estos son sólo algunos hechos que demuestran que la opresión
nacional que ejerce Rusia sobre Ucrania, que se remonta al imperio de los zares
y pasa por el régimen del terror stalinista, es un elemento central para
entender las causas de la situación hoy.
Por otro lado, la crisis actual, que tiene esas raíces más
históricas, debe ser explicada también a partir del brutal proceso de
colonización al que Ucrania es sometida desde la restauración del capitalismo
en todo el este europeo.
En estos más de 20 años, Ucrania pasó por un proceso
tremendo de desindustrialización y desnacionalización de su economía, marcado
por un aumento enorme de las inversiones y de la deuda externa con el
imperialismo –fundamentalmente europeo– y por la dependencia del precio del gas
que le impone Rusia.
Con la restauración capitalista, la antigua burocracia
gobernante se hizo multimillonaria, beneficiándose de las salvajes
privatizaciones que fueron impulsadas en todas las ramas de la economía. Así se
constituyó una oligarquía mezquina, corrupta y con la firme decisión de
gobernar su “feudo” con mano de hierro.
Esta oligarquía hoy detenta enormes complejos industriales y
financieros. A esto debemos añadir otra característica a la élite ucraniana: el
entreguismo. Es así que existen sectores de la burguesía que tienen sus
negocios más centrados en las relaciones con Rusia y otros más centrados en los
nexos con la Unión
Europea, sobre todo con Alemania. Esto no impide, sin
embargo, que ambos bloques estén siempre bien solícitos a venderse al mejor
postor.
Así las cosas, dependiendo de qué sector de la oligarquía
detente el gobierno, la economía y la política del país oscila entre la
influencia de Rusia, a la cual exportan 25,6% de su producción e importan 32,4%
de su consumo interno y del cual necesitan buen precio del gas y la influencia
de “occidente”, sobre de la
Unión Europea (UE) y los EEUU, de donde vienen créditos
–muchas veces para pagar el gas que viene de Rusia– y donde la oligarquía
ucraniana posee activos importantes.
De esta forma, Ucrania es una semicolonia donde el bloque
imperialista UE-EEUU y la Rusia
de Putin se disputan influencia económica y política e intentan saquear lo más
posible de sus riquezas. En otras palabras, gas del este y créditos del oeste
son los pilares en que se asienta la
Ucrania burguesa.
En síntesis, estas dos vías de explotación y opresión
nacional, del imperialismo europeo y norteamericano y de Rusia, una
sub-metrópoli regional que aunque también está siendo colonizada por el
imperialismo intenta conservar a cualquier costo su área de influencia heredada
de la ex URSS, están en la base de la turbulencia política de Ucrania.
La actual crisis económica y el impacto de las políticas
entreguistas y neoliberales de los sucesivos gobiernos fueron deteriorando el
nivel de vida de las masas hasta llegar a niveles insoportables.
Desde la disolución de la URSS, en 1991, Ucrania pasó de 51,4 millones de
habitantes a 45 millones, producto de una disminución de la natalidad y un
aumento de la mortalidad, sobre todo debido al desmantelamiento de la salud
pública.
El éxodo al exterior asciende a casi 7 millones de personas,
que ingresan anualmente la suma de tres mil millones en remesas. La pobreza,
según el propio gobierno, llega a 25% de la población, la pobreza extrema
flagela a 16% de ella, registrándose los índices más altos en el oeste rural.
Los trabajadores del Estado llevan meses sin cobrar sus
sueldos y el país no alcanza a pagar el gas que importa de Rusia. La
desocupación llega “oficialmente” a 8% y el salario medio es de 332 dólares,
casi tres veces inferior al de Rusia y Bielorrusia, sin hablar de la UE.
Estas son las profundas bases sociales y económicas que
están en el fondo del descontento popular e impulsan la movilización actual,
más allá de las cuestiones sobre el relacionamiento con la UE o con Rusia.
El acuerdo con la
UE y la crisis actual
La crisis económica mundial fue tensionando las relaciones
de explotación nacional y Rusia comenzó a aumentar el precio del gas para
Ucrania. Los precios altísimos del gas natural (superiores a los que Rusia
cobra a la UE)
minaban los negocios de los oligarcas ucranianos y desangraban las finanzas del
Estado.
En consecuencia, el gobierno recurrió desesperadamente a los
préstamos en forma de eurobonos y créditos del FMI (la deuda ucraniana se
quintuplicó en los últimos 5 años; para fines de 2014, Ucrania tiene que pagar
cerca de 10.000 millones de deuda exterior), lo que empujaba a la oligarquía y
a toda la política ucraniana cada vez más hacia las fauces imperialistas.
Metida en un círculo infernal, no era raro que Ucrania
pagara las deudas con Gazprom, el monopolio exportador del gas ruso, con los
créditos del imperialismo. Pero esta situación de pagar imponentes sumas de
dinero tanto a Rusia como a los acreedores imperialistas llevó al Estado al
borde de la falencia y la burguesía ucraniana tomó la decisión de vender el
país a la UE, a
cambio de más “ayuda financiera”. Mencionemos que, de acuerdo a Standard
and Poors, hoy Ucrania tiene 50% de posibilidades de caer en bancarrota.
Fue así que Yanukóvich comenzó la propaganda masiva en favor
de un Acuerdo de Asociación y Libre Comercio con la UE, esperando la llegada de
dinero europeo. Pero el acuerdo preparado por la UE, que está pasando por una crisis brutal,
conocida por todos, no garantizó el financiamiento esperado por el gobierno ni
daba a Ucrania los derechos de pertenecer a ese bloque económico continental.
Sólo garantizaba, para los imperialistas europeos, el mercado interno ucraniano
y la posibilidad de profundizar el saqueo, casi sin ninguna medida
compensatoria.
El régimen ruso, viendo la posibilidad de perder bruscamente
su influencia en Ucrania, inclusive su base militar en Sebastopol, Crimea,
fundamental para la presencia militar de Putin en el mar Negro, comenzó a
presionar más activamente al gobierno ucraniano. Ofreció reducir 30% el precio
del gas y otorgar un préstamo de 15 mil millones de dólares, con el único objetivo
de mantener a Ucrania dentro de su “órbita de influencia”.
De la misma forma, Putin redobló sus esfuerzos para
incorporar a Ucrania en la llamada Unión Aduanera, que es comandada por Rusia e
incluye a Kazajistán y Bielorrusia.En medio de esta situación de mucha presión
por parte de Putin, el 21 de noviembre de 2013, Yanukóvich, en contra de toda
la propaganda precedente, se negó a firmar el acuerdo con la UE, lo que provocó las primeras
manifestaciones, la ofensiva de la oposición burguesa pro-occidente y toda la
crisis actual.
El carácter del proceso
La prensa internacional informó permanentemente que las
manifestaciones eran “para exigir la entrada de Ucrania a la UE”. La propaganda rusa y sus
difusores de la izquierda castro-chavista también hacen hincapié en este asunto
y agregan el hecho de que las manifestaciones estarían siendo dirigidas por
“fascistas” financiados por la UE
y EEUU para “orquestar un golpe de Estado” contra Yanukóvich y cortar “la
integración en la unión fraternal de pueblos de la antigua URSS”.
Es verdad que existen ilusiones en amplios sectores de
masas, sobre todo en la
Ucrania occidental, sobre que un acercamiento a la UE podría ser una solución a la
agobiante situación económica y sería una alternativa “más democrática” contra
el bonapartismo de la brutal oligarquía gobernante.
Sin embargo, debemos entender que estas ilusiones y el
engaño de un sector de masas con relación a la UE, tiene, como vimos, una base muy concreta, que
es la opresión histórica por parte de Rusia y el odio que tienen a Putin, al
cual ven –con razón– como el tirano gran ruso que encarna los siglos de
explotación, humillaciones y abusos contra el pueblo ucraniano.
El odio al opresor ruso es progresivo, el error (alentado
por la oposición pro-occidente y el imperialismo) está en pensar que un acuerdo
de “libre” comercio con la UE
sería la solución a tantos años de vejámenes.
También es cierto que la oposición burguesa y pro
imperialista, expresada en el partido Udar (“Alianza democrática ucraniana por
la reforma”), del ex boxeador Vitali Klitschko; el partido pro UE Batkivschina
(“La Patria”)
de la ex primera ministra Julia Timoschenko y actualmente liderado por Arseni
Yatseniuk (a quien Yanukóvich ofreció ser primer ministro cuando Azarov renunció)
y sectores abiertamente fascistas como el partido Swoboda (“Libertad”),
liderado por Oleg Tiagnibok (que tiene aproximadamente 10% del electorado),
participan e intentan controlar las protestas en Maidán, con el beneplácito
abierto de los diplomáticos europeos y norteamericanos.
Existen también, en la plaza y en la ocupación de edificios
públicos, grupos de ultraderecha y xenófobos agrupados en el llamado Pravy
Sektor (Sector de Derecha), los cuales se aliaron a varias organizaciones,
también ultranacionalistas, de veteranos de la campaña soviética en Afganistán
(1979-1989), para “proteger” los campamentos en la Maidán.
Andréi Tarasenko, uno de los líderes del Sector de Derecha,
pertenece a una organización llamada “El Tridente de Stepán Bandera”, en
memoria del líder rebelde del Ejército Insurgente Ucraniano (UPA) que luchó
contra las autoridades soviéticas durante la Segunda Guerra
Mundial e incluso en la década de 1950.
Tarasenko dice que el Sector de Derecha se basa en
“principios del cristianismo tradicional de Ucrania y en la ideología del
nacionalismo ucraniano”. Se declaran también anti rusos (“porque los rusos no
son europeos”) y anticomunistas.
Si bien se oponen al gobierno de Yanukóvich y a la entrada a
la UE (una
“estructura supranacional” que, según Tarasenko, pretende la
“desnacionalización” y la “descristianización” de Europa), plantean una
estrategia xenófoba de sociedad pautada por “una Ley superior, la ley de Dios y
la ley de la Vida
Cotidiana de la Nación Ucraniana”. Estos grupos también están en
contra de la eutanasia y de los matrimonios entre personas del mismo sexo,
porque “para el cristianismo la sodomía es un pecado que debe ser castigado”.
Siendo profundamente reaccionarias, tanto la ilusión en la UE como el carácter de las
direcciones del movimiento de la
Maidán, sostenemos que la izquierda no puede confundir ese
carácter reaccionario y pro imperialista de la dirección del proceso con el
carácter del proceso de conjunto.
Opinamos que el proceso de movilizaciones que sacude a
Ucrania actualmente es progresivo, a pesar de su dirección y de las muchas
otras contradicciones. Tiene un curso progresivo porque enfrenta a un gobierno
ultrarreaccionario y bonapartista, represivo y entreguista como el de
Yanukóvich y porque enfrenta, aunque de forma distorsionada por la propaganda
pro UE y las confusiones de las masas en ese sentido, a la histórica opresión
rusa sobre Ucrania.
Si bien al comienzo del proceso el eje de las movilizaciones
era el rechazo a la suspensión del acuerdo con la UE, la dinámica de la movilización y la brutal
represión por parte de Yanukóvich hicieron que el centro de las protestas sea
la dimisión del gobierno y el fin de las medidas represivas, algo
indudablemente progresivo.
Este curso se acentuó después de la aprobación de las “leyes
dictatoriales”, análogas a las que reinan en la Rusia de Putin, que impulsó
Yanukóvich y que resultó en un tiro por la culata para el gobierno. Esta
afrenta y la respuesta que el movimiento de masas dio ante ella, abrió un nuevo
momento en el desarrollo de la situación.
Las protestas iniciales, en las que predominaban estudiantes
universitarios y sectores de clase media, fueron dando paso a la incorporación
de más sectores de trabajadores, extendiéndose de Kiev hacia otras ciudades,
algunas en el este del país.
Ante la ofensiva bonapartista, los ucranianos respondieron
con nuevas manifestaciones masivas y cada vez más radicalizadas, con
enfrentamientos encarnizados con la policía y la ocupación de edificios
públicos. Y la exigencia ilusoria de la “eurointegración” pasó a décimo plano,
el eje actual es: ¡Fuera Yanukóvich!.
Los acontecimientos actuales, si antes generaban dudas y
eran fuente de confusión, ahora muestran claramente que el deseo de los
ucranianos es ajustar cuentas con el gobierno que llevó el país a la quiebra y
que desprecia abiertamente a su pueblo. El gobierno, por su parte, quedó
prácticamente paralizado e incapaz de aplacar la rabia popular, perdiendo
crecientemente el control del país.
Por tratarse de un proceso cuyo sentido es esencialmente
progresivo, es fundamental que todas las organizaciones que se dicen de
izquierda y el movimiento obrero y social del mundo expresen su apoyo y
solidaridad con la tenaz lucha que está entablando el pueblo ucraniano. Es
necesario combatir y denunciar el papel reaccionario que cumplen las
direcciones del movimiento de la
Maidán, pero a partir de una ubicación por dentro del
proceso.
Es necesario el apoyo de la izquierda pues una caída de
Yanukóvich a manos de la movilización popular, sin dudas, sería una importante
victoria política, que profundizaría la crisis del régimen y sería un paso
valioso para la estrategia de la toma del poder por la clase obrera y el
pueblo.
El castro-chavismo apoya a Yanukóvich-Putin
Desgraciadamente, como vimos, esta no es la visión de la
mayoría de la izquierda. La propaganda oficial de Yanukóvich y, sobre todo, la
rusa absolutizan las acciones de la ultraderecha. Los diarios rusos, cuando se
refieren a los manifestantes, están repletos de frases como “fascistas”,
“miembros de bandas criminales”, “vándalos”, “organizadores de pogromos”,
“radicales”, “grupos ultranacionalistas” o “golpistas”.
Se presenta a las protestas como producto de una
“conspiración de la UE
y de los EEUU”, y la izquierda internacional, en su mayoría, ha caído
nuevamente en las redes de este discurso, aunque este no tiene nada original.
Es el mismo discurso que usan Al Assad y Putin, con todo el
castro-chavismo haciéndoles coro, en la guerra civil siria. En ese caso, la
dictadura intenta presentar a todos los rebeldes que luchan para derrocar el
régimen, sin distinción, como “terroristas” y “yihadistas”, valiéndose de la
presencia de grupos ligados a Al Qaeda, como el Estado Islámico de Irak y Siria
y el Frente Al Nusra.
En el caso ucraniano, Yanukóvich y Putin utilizan el elemento
(real) de la presencia de sectores pro imperialistas y de ultraderecha en las
manifestaciones, para deslegitimar y debilitar el proceso de conjunto.
Opinamos que, al contrario de lo que defiende la mayoría de
la izquierda, la mejor forma de combatir a los grupos fascistas, como Swoboda y
el Sector de Derecha, es justamente interviniendo en las movilizaciones para
construir, desde su seno, una alternativa independiente y de clase, que combata
tanto al gobierno entreguista y pro ruso de Yanukóvich como a la oposición
burguesa y la extrema derecha, que quieren atar aún más el país a los dictados
del imperialismo europeo y que, si las movilizaciones llegan a amenazar
seriamente la dominación capitalista, no tendrán pudor en pactar una “salida
negociada” con el propio Yanukóvich.
La tarea no es negar sino disputar a fondo el proceso de
movilizaciones de la Maidán
Contra la extrema derecha, que quiere dar a la movilización
un sentido nacionalista xenófobo al movimiento, debemos oponer una política de
profundizar la lucha incorporando a la clase obrera organizada, a la juventud
precarizada y sin futuro, a las mujeres y a la izquierda en general.
Es necesaria una política de democratización del movimiento
y de crear, incluso, organismos de autodefensa contra la represión,
contrarrestando el discurso de los fascistas con el cual se arrogan la tarea
(que nadie votó) de “defender la plaza y las protestas”.
Con la izquierda omisa o en contra de la Maidán se le hace el juego
al gobierno de Yanukóvich, a la opresión nacional que ejerce Rusia y, también,
a los grupos pro imperialistas y de extrema derecha, pues se les deja el camino
libre para llevar esta heroica lucha de las masas hacia una derrota segura.
El único antídoto para el crecimiento de la ultraderecha es
una lucha tenaz por la entrada en escena de la clase obrera, con sus
organizaciones y métodos, dentro de Maidán, a partir de la construcción de un
tercer campo que apunte un programa claro para el país, desde la perspectiva de
los trabajadores.
¡Participar en la
Maidán con la perspectiva de construir un tercer campo de
clase contra el gobierno de Yanukóvich, la UE y la sumisión a Rusia!
Como expresamos a lo largo de esta nota, nuestra posición se
sintetiza en:
1- Participación activa de las
movilizaciones de la plaza Maidán. Total solidaridad con la lucha del pueblo
ucraniano en su lucha contra el gobierno asesino y entreguista de Yanukóvich y
en contra de la opresión histórica gran rusa.
2- Los revolucionarios debemos
intervenir en el proceso planteando claramente las consignas de ¡Abajo el
gobierno de Yanukóvich! ¡Ni Unión Europea, ni sumisión a Putin! ¡Ninguna
“salida negociada” con Yanukóvich! La solución no pasa ni por entrar en la UE (donde el destino inmediato
es la tragedia social que vemos en Grecia, España, Portugal e Irlanda) ni por
apoyar a los oligarcas que están saqueando el país, sean “opositores” u
oficialistas, ni por acuerdos con Rusia.
Al mismo tiempo, el movimiento debe rechazar cualquier
intento de negociar “por arriba” un posible “gobierno interino” que integre a
los actuales gobernantes con miembros de la oposición de ultraderecha. La
salida pasa por derrocar al gobierno con la fuerza de las calles.
3- Por el fin inmediato de la
represión a las movilizaciones: ¡Ninguna intervención militar en el proceso!
¡Castigo a los represores! ¡Libertad a todos los trabajadores y luchadores
presos!
4- Estamos por el desarrollo y
la posterior centralización de comités populares a partir de los grupos que
existen en la plaza Maidán. Que sean esos comités democráticos los que
organicen masivas asambleas para decidir los rumbos de la lucha.
Las propuestas políticas y de autodefensa deben ser
resueltas por decisiones asamblearias, lo cual pondría límites a las acciones
de los grupos neofascistas. Estos comités y asambleas en la plaza serían un
buen punto de partida para la formación de comités por locales de trabajo, de
estudio, por barrios, etc., completamente independientes de cualquier tipo de
organización burguesa.
5- El movimiento de la Maidán debe darse la
política de atraer al movimiento obrero a la lucha contra el gobierno,
incorporando consignas como el aumento general de salarios, la reducción de la
jornada de trabajo y el empleo digno, con salario igual para trabajo igual,
para todos y todas.
6- Por la inmediata
convocatoria de una Asamblea Nacional Constituyente, democrática, libre y
soberana, para decidir sobre las relaciones con la UE y con Rusia. En este
sentido, nuestra posición parte de la lucha por una Ucrania independiente y
soberana. Por ello, es necesaria una Asamblea Constituyente que rompa lazos
políticos y económicos con el imperialismo (UE y FMI) y con la histórica
dominación rusa: ¡Abajo los pactos con la
UE y con Rusia! ¡No al pago de la Deuda Externa con
Rusia y la UE/FMI!
7- Sin embargo, para que esa
Asamblea Constituyente sea realmente democrática y soberana, no puede ser
convocada por el gobierno oligárquico actual de Yanukóvich ni por la oposición
pro imperialista y la ultraderecha. El único gobierno que puede garantizar una
Asamblea Constituyente libre y soberana, para independizar el país y
nacionalizar todas las riquezas (fábricas, tierras, bancos, medios de
transporte) al servicio de las necesidades del pueblo trabajador, es un gobierno
obrero y popular, asentado en las organizaciones democráticas de la clase
obrera y el pueblo pobre.
8- Sólo un gobierno obrero y
popular será capaz de garantizar la independencia nacional de Ucrania, la
nacionalización de la economía, la vigencia de las libertades democráticas, la
revolución agraria, el pleno empleo y el mejoramiento real de las condiciones
de vida del pueblo, expropiando a los oligarcas, al imperialismo, a la
oligarquía rusa y colocando toda la economía al servicio del país. ¡Que el
pueblo sea el poseedor de todas las riquezas del país y no un puñado de
millonarios vendidos a la UE
o a Rusia!
9- Para concretar la lucha por
un gobierno socialista de los trabajadores es indispensable que, al calor de la
lucha actual, se sienten las bases y se construya un partido marxista
revolucionario, obrero e internacionalista, que dispute la dirección política
de las movilizaciones en el sentido del combate por la revolución socialista
internacional.
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