En 2013, cuando el ex presidente Yanukóvich decidió rechazar
un tratado de ingreso a la
Unión Europea, explotaron enormes movilizaciones con
epicentro en Kiev, capital de Ucrania. Luego de meses de enfrentamientos cayó
su gobierno y asumió Alexander Turchínov del partido nazi-fascista Patria.
Días atrás Turchínov fue reemplazado por el ganador de las
elecciones, el multimillonario Petró Poroshenko, quien apenas tomó el cargo planteó
la necesidad de “acabar con la guerra en las regiones insurgentes de Donetsk y
Lugansk”.
Para este multimillonario, dueño de una fábrica de chocolate,
la “guerra” significa la liquidación de los procesos de lucha y
autodeterminación que se están desarrollando en las provincias del este, ya que
constituyen la vanguardia de un proceso revolucionario que recorre al conjunto
del país.
Poroshenko pretende de esa manera continuar la política de
su antecesor, que envió tropas para recuperar esos territorios, independizados
mediante referéndums, y armó bandas fascistas para acabar con las luchas
obreras de allí y del resto de Ucrania.
Cuenta para eso con el ejército y los fascistas, pero
también con el apoyo del presidente ruso Putin, quien luego de anexar Crimea -sede
de una poderosa flota-, decidió retirarse de la contienda y pactar con EE.UU.,
las potencias europeas y el régimen de Kiev.
Fue así que en una reunión realizada el 17 de Abril en
Ginebra la diplomacia rusa, estadounidense, europea y ucraniana declaró la
clara intención de “desarmar a los grupos ilegales”, o sea a las milicias
antifascistas y a los trabajadores en lucha.
Todos están jugados a aplastar la ola de huelgas de los
mineros y metalúrgicos del este que reclaman aumentos salariales, exigen armas
para combatir a los nazis y se han declarado enemigos de los burgueses y
oligarcas “pro-occidentales” y "pro-rusos”.
Este proceso es tan avanzado, que varios intendentes de
algunos distritos de las regiones autonomizadas de Donetsk y Lugansk han resuelto
expropiar a los capitalistas, apoyándose para eso en las asambleas populares y los
milicianos.
Una poderosa rebelión
contra el ajuste
En relación con todo esto, el sociólogo y teórico marxista
ruso Borís Kagarlitski escribió: “El principal desencadenante de la revuelta no
fue la simpatía pro-rusa de la población local, o la declarada intención de los
gobernantes de Kiev de revocar la ley que había dado al ruso el estatuto de
“lengua regional”.
“La gota que causó que se desbordase el vaso fue el grave
empeoramiento de la crisis económica… Tras firmar el acuerdo con el FMI las
autoridades decretaron grandes subidas en el precio del gas y las medicinas y
la explosión social se hizo inevitable.”
“En el oeste y en la capital esta indignación se frenó
durante un tiempo con el uso de la retórica nacionalista y la propaganda antirrusa,
pero cuando se aplicó a los habitantes del este tuvo el efecto contrario. Al
intentar apagar el fuego las autoridades lanzaron petróleo a las llamas.”
“No es un secreto que las masas rebeldes del sudeste han
contado con el apoyo de Moscú… Sin embargo los funcionarios del Kremlin no
disfrutan con la idea de recibir como nuevos súbditos a personas rebeldes que
está organizadas, a menudo armadas y que han adquirido el hábito de la lucha
activa por sus derechos.”
Por esa razón el acuerdo que los representantes de Putin
firmaron con los imperialistas y el gobierno de Kiev expresa taxativamente que:
“Todas las organizaciones armadas ilegales deben ser desarmadas; todos los edificios
ocupados ilegalmente deben ser devueltos a sus legítimos propietarios; y todas
las calles, plazas y otros lugares públicos ocupados en todas las ciudades de
Ucrania deben ser despejados.”
Si los burgueses de un lado y del otro se unificaron para acabar
con lo revolución, los revolucionarios deberíamos unirnos para impulsarla,
apoyando a los destacamentos más avanzados de ese país: los trabajadores organizados
y armados de las repúblicas separatistas.
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