Continuidad de la crónica realizada por nuestra compañera
María Álvarez, luego de su viaje de dos meses a Kurdistán. (Tercera parte)
La media mañana era la hora ideal para salir al patio del
hospital a disfrutar de los rayos tibios del sol de invierno. Aunque por poco
tiempo, ya que a las pocas horas se iría ocultando, hasta desaparecer alrededor
de las tres y media de la tarde.
Estábamos sentadas con Zozan y Fatma al lado de la medianera
de la parte oeste, cerca del portón. Como no se escuchaba bombardeos, sino
ráfagas de artillería y disparos a lo lejos, permanecíamos distendidas.
Estábamos abocadas a la placentera costumbre de la
“charasca”, que es la acción de comer semillas tostadas casi de manera
adictiva, partiéndolas con los dientes. En eso estábamos cuando un murmullo de
voces confusas, entre carcajadas y exclamaciones que provenían de la calle, nos
llamó la atención.
En la entrada, imperturbable como siempre, el guardián del
hospital seguía sentado en su silla con la Kalashnikov y su muleta
afirmada a un costado. Este hombre, de 55 años se había lesionado la cadera
antes de los ataques de Isis.
Toda su familia se había refugiado en Suruc, pero él no
quiso abandonar la ciudad y al no poder combatir, se ofreció para defender el
hospital. Allí permanecía noche y día, cuidándonos.
Por eso, cuando vi que saludaba agitando la mano, supuse que
el grupo de personas que hacían tanto bullicio pasaría de largo hacia el
depósito de provisiones que estaba al lado.
Sin embargo, entre risotadas, charlando animosamente y en
voz alta, quienes irrumpieron en el patio del hospital fueron solamente tres
compañeras de las Unidades de Defensa de Mujeres (YPJ).
Vestidas con uniformes y cargando fusiles a la espalda
entraron saludando con señas, a lo que respondimos sin levantarnos ni
interrumpir la “charasca”. Una de ellas, sin dejar de sonreír se acercó a
nosotras extendiendo la mano para recibir semillas, mientras las otras bajaban
a la sala de atención, en el subsuelo.
Ell guardó un puñado en su bolsillo y me dirigió unas
palabras que no comprendí, por lo que debieron aclararle que no era kurda, sino
argentina. Entonces su sonrisa se hizo más ancha y me saludo con un: “¡Buen
día!”.
Así fue que conocí a la entrañable camarada A, quien me guiaría
durante el resto de mi estadía en Kobani y el viaje a Qamishlo, en el cantón de
Cezire, donde compartiríamos algunas peripecias.
De inmediato acercó una silla y se sentó a mi lado,
sumándose a la “charasca”. ¿Cuándo viniste, dónde estuviste, conocés a fulana,
cuanto tiempo más te quedás, querés estar con nosotras…?
Estas fueron algunas de las cosas que alcanzó a preguntarme
antes de que sus compañeras finalizaran la consulta e insistieran en irse. No
obstante, acordamos que pasaría a buscarme al otro día para llevarme a las
casas de las YPJ.
Y así fue: al otro día me levanté a eso de las 8 horas y ya
estaba esperándome. Sabía que habíamos pasado la noche en vela porque los
ataques mortíferos de Isis habían provocado tres bajas y muchos/as heridas y
heridos graves.
Riéndose de mi cara de sonámbula, bromeó con que daría pena
hasta a los de Daesh (Isis) y que por eso las compañeras nos esperaban con un
buen desayuno, agua caliente para bañarme y lavarme la cabeza y también una
cama abrigada para terminar de completar mi sueño, si es que hacía falta.
Atravesamos una parte de la ciudad destruida en un auto
manejado por un miliciano y el resto del trecho de a pie por calles más o menos
despejadas, llegando a una zona de casas humildes pero que se mantenían, en su
mayoría, íntegras.
Charlamos durante todo el trayecto como si nos conociéramos
desde siempre y como lo haríamos después, durante un viaje más prolongado.
Teníamos tantas cosas para hablar y preguntar… que cuando estuvimos en la
puerta, nos detuvimos sin entrar, para no cortar la conversación que veníamos
sosteniendo acerca de su historia personal en el Movimiento Kurdo y el Partido
de Trabajadores de Kurdistán.
La casa tenía un pequeño portón de estrada y varias
habitaciones con puertas que daban a un patio grande con tres galerías
cubiertas, debajo de las cuales se resguardaban plantas en grandes macetones y
se extendían sogas con ropa tendida.
Entramos a una de las habitaciones donde varías compañeras,
vestidas con ropa de combate, desayunando sentadas sobre la alfombra. Todas se
levantaron para saludar afectuosamente, repitiendo la palabra “spass”, que significa
gracias en kurdo.
La comandante Heni invitó a que nos sentáramos, nos sirvió
té y ofreció para comer todo lo que estaba dispuesto sobre el mantel. Esta mujer
hermosa, de 37 años, estaba a cargo de la formación ideológica de las
jóvenes milicianas, algunas de las cuales se habían escapado de los campos de
refugiados de Suruc, para incorporarse a las YPJ.
Ella caminaba con mucha dificultad y sufría dolores como
secuelas de haber sido mal herida, tiempo atrás, en un combate con el ejército
turco. Cuando nadie creía que podría sobrevivir a las terribles heridas que
laceraron su cuerpo, pudo sobreponerse venciendo a la muerte.
Quizá por eso su hablar pausado, su semblante tranquilo, los
gestos suaves y la mirada luminosa, que transmitían el optimismo que sólo
poseen quienes tienen la fuerza de voluntad que proviene de su amor por la
vida.
Esa fue parte de la respuesta que dio cuando le pregunté por
qué estaba en Kobani: “para luchar por la revolución, porque las kurdas y los
kurdos amamos la vida, ellos (por Daesh) tienen las armas de primera
tecnología, nosotras… el amor a la vida”.
Una compañera que había dejado a sus tres hijos pequeños con
parientes en Suruç, porque decidió alistarse junto con su marido en las
filas de combatientes, agregó que luchaban contra hombres que violaban y
vendían mujeres que estaban siendo apoyados por las principales naciones
capitalistas… “no luchamos solamente por nosotras mismas, sino por las mujeres
y niñas de todo el mundo”.
A su lado, asentía con la cabeza la menor de todas, que con
apenas 13 años ya había perdido a la mayoría de los integrantes de su familia y
se había escapado de la misma ciudad para sumarse a la resistencia contra el
Estado Islámico.
Mientras no dejaba de insistir que tenía derecho a pelear en
el frente, la comandante me contaba que ella realizaba las tareas asignadas con
suma responsabilidad. Lo comprobé después, al verla limpiar fusiles con gesto
hosco y serio.
Observándola junto a las demás jóvenes que instruía, no pude
evitar que me embargara una mezcla de sentimientos de respeto, ternura y
tristeza por el incierto destino que tendrían en la guerra.
Otra de las chicas de 19 años me mostró fotos de su celular:
su padre, uno de sus hermanos y su novio, que eran mártires, quienes “murieron
por la libertad de nuestro pueblo...”
Después de decirme que ellas se “suicidarían antes de caer
prisioneras y ser esclavas”, sin ningún ánimo de reproche me preguntó: “¿Por
qué el mundo ignoró durante tanto tiempo la lucha de las mujeres kurdas?”.
En respuesta se hizo un espacio de silencio, que rompió la
comandante retomando la palabra para afirmar que las kurdas tenían claro que su
papel en la resistencia de Kobane era fundamental y que el mundo lo estaba
comprobando, aunque sin entender que justamente por ser mujeres, kurdas y
pobres su lucha iba va más allá del ejército turco y el Estado Islámico.
“Nuestras milicias luchan por la libertad, la igualdad y el
derecho a existir como pueblo, peleamos por nuestra emancipación como mujeres y
en defensa de la revolución social que estamos haciendo”
Más tarde, al retomar la charla después del almuerzo, ellas
pidieron que les contara la situación de las mujeres en Argentina. Les dije que
las trabajadoras y pobres también sufríamos una situación de opresión extrema,
donde mueren centenares de mujeres cada año por feminicidios.
Agregué, que la violencia doméstica, sexual y simbólica, el
abuso de poder, la humillación y la falta de derechos, formaban parte de
nuestra vida cotidiana y que por todo esto había un movimiento de resistencia.
Ellas escucharon atentamente mi relato, moviendo la cabeza
en señal de fastidio, identificándose con el mismo dolor. Yo estaba convencida de
que teníamos mucho que aprender de estas mujeres y de la revolución que estaban
protagonizando.
Algo de suerte y la decisión de las comandantas me ayudarían
a pasar algunas jornadas más con las YPJ y llegar a conocer Qamishlo, una
ciudad en la cual había un cartel de bienvenida anunciando el ingreso a la “
Revolución de Rojava, la Revolución de las Mujeres” …
1 comentario:
favor proporcionar contacto con la compañera
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